Quiso volar, pero cada
vez que intentaba dar un brinco para elevarse y coger altura, parecía que sus zapatos estaban pegados a la tierra,
a la que se sentía unida.
Siguió intentándolo, siempre con el mismo resultado.
Estaba
lastrada.
Fue saltando barreras, derribando obstáculos y perdiendo
peso.
Cuando solo le quedaban sus zapatos, se descalzó, caminó
deprisa, con decisión. Abrió los brazos, era ligera como un amento. Dejó de
sentir la tierra bajo sus pies, para notar el frescor de la brisa en el rostro y
empezó a elevarse. Flotaba ingrávida y al fin voló como siempre había soñado en
este viaje postrero.