CAMBIAR DE CALLE
Serena lo que se dice serena nunca
estuve en la nueva casa, pues inesperadamente me quedé sin trabajo y
temblaba al pensar que cada mes llegaba el cargo de la hipoteca. Mi marido
decía que mientras encontraba algo era cuestión de ajustarnos el cinturón. Él
lo veía todo muy fácil, no quería ver los problemas, y yo me sentía sola; decía
que me estaba convirtiendo en una amargada. Y es que nada era como había imaginado,
ni siquiera sabía si le amaba ya.
Me levantaba temprano para
escudriñar las ofertas de empleo; apuntada en todos los portales de trabajo, pasaba
horas pegada al ordenador, intentado encontrar un puesto de lo que fuera.
En una de esas búsquedas saltó un
anuncio de publicidad. No sé porque me llamó la atención. Estaba desesperada, a
punto de pedir ayuda a mi hermana para terminar el mes. El caso es que aquella
mujer con pinta de travesti, manos enorme con uñas que parecían cucharillas de café,
y una voz profunda e hipnótica me incitaba a llamarla. Me dejé llevar y marqué
su número.
Me preguntó cuál era mi problema y
me sinceré con ella más que conmigo misma. Nerviosa, la escuchaba respirar
profundamente al otro lado de la línea.
– Todo se te va a solucionar en los
próximos días –dijo– Tienes que estar atenta a las señales. A partir de ahora las
cosas van a irte muy bien.
– ¿Encontraré el trabajo que busco?
–pregunté intrigada, escuchando como barajaba las cartas.
– Se presentará una gran
oportunidad. Lo del trabajo no parece lo más importante, aunque puede ser el
principio de un gran cambio. Querida capricornio, hazme caso, abre bien los
ojos y observa las señales, ellas te guiaran. Ahora tengo que dejarte, me
espera otra llamada. Puedes llamarme cuando quieras y te diré más.
Me quede unos instantes con el
teléfono pitándome en la oreja, sin reaccionar. ¡Yo me había vuelto loca! Consultar
a una vidente… no se lo podía contar a nadie. En mi situación era indecente
gastar dinero en bobadas. Pero, ¿Y si Cristhian Clarise tenía razón?
No veía ninguna señal mientras
recorría los pasillos del supermercado, ni cuando cocinaba. Sin embargo me
llamó mi amiga Esperanza para decirme que se había enterado de una oferta de
empleo que parecía hecha a mi medida. Esperanza y empleo, esto si es una señal.
Tomé nota del contacto y llamé inmediatamente.
La pre-selección estaba a punto de
terminar, me explicaron. Insistí tanto que me dieron cita para la entrevista. Estaban
en la calle Porvenir. demasiadas casualidades.
Fortunato Bienvenida era el señor al
que tenía que ver, nombre más propio de un torero que del departamento de
recursos humanos de una multinacional. Mientras esperaba en el semáforo para
cruzar se detuvo un autobús delante de mi con un anuncio que decía “hoy por fin
cambiará tú suerte·, ¿me estaría obsesionando con el tema de las señales que
ahora las veía en todos sitios? No lo entendía, el caso es que cada vez estaba
más animada, casi contenta.
El hombre que me atendió no tenía
pinta de matador de toros, y es que se llamaba Justo Buendía, y sustituía a su
compañero. Me sentía segura y confiada, así que salí satisfecha de la
entrevista. Me avisarían y en caso de
seleccionarme tendría que superar un par de pruebas más.
Al marcharme coincidí en el ascensor
con un hombre que me resultaba muy conocido.
- Perdona, ¿tú eres Mirian?
Al escuchar su voz mi memoria le
ubicó inmediatamente. ¡Como había mejorado! Me quede anonadada. Ya no era el tío granoso timorato; el pijo empollón que
siempre se sentaba en primera fila.
- Sí. Hicimos juntos la carrera. Tu
padre tenía un estudio muy importante de arquitectura, y nos dio una
conferencia, me acuerdo perfectamente…
- ¡Que memoria la tuya..! Es verdad,
aunque yo tengo mi propio estudio. Me va muy bien. ¿Y tú? Una de las chicas más
inteligentes de la clase, siempre becada, seguro que eres una mujer de éxito.
- ¡Qué más quisiera…! Nunca tuve
mucha suerte a la hora de encontrar trabajo,
además, perdí el empleo con la crisis y ando desesperada buscando algo. De
hecho, salgo de una entrevista.
- ¡No me digas? Entonces este
encuentro ha sido providencial.
Yo sonreí. Borja Aristide, seguía
como siempre.
- ¿Puedo invitarte a comer? -Mi cara de sorpresa
le incitó a explicarse, nunca llegamos a ser amigos- Estoy buscando alguien
como tú; con disposición para viajar. Tenemos
encargos y obras en Dubai y Sarja. Si te
interesa, estoy seguro que podemos llegar a un buen acuerdo.
- Pues sí. Podría interesarme, respondí
mientras pensaba que lo mismo había llegado el momento de cambiar de calle y
tirar por la de en medio.