Graziela
TODO ROJO

Desde el amplio ventanal, a través de las rejas, veo como las ratas se descuelgan de los árboles; corren por el jardín, se esconden entre las plantas y por los rincones. Parece que a ellos no les hacen nada, ni siquiera las ven. Son muy astutas y se mantienen alerta; deambulan veloces, acechando. Quieren que yo salga para lanzarse sobre mi como alimañas que son, morderme las piernas y devorar mis orejas, sacarme los ojos... Me dan miedo y no puedo dejar de mirarlas recorrer los senderos y detenerse en la hierba, expectantes.

Hace una semana que decidí dejar de tomar la medicación. Me atonta demasiado. Procuro mostrarme dócil y sumisa para que crean que me tiene dominada. No discuto con nadie y participo en las actividades que me sugieren. Soy mucho más lista que ellos. Espero el momento oportuno para escaparme, lo tengo todo planeado. Si no fuera por esas malditas ratas ya no estaría aquí.

Seguro que cuando Raúl se entere de que me tienen encerrada en este horrible lugar, con todos estos tarados, vendrá a buscarme.

Al niño no le echo mucho de menos. No soportaba sus llantos; sólo conseguía que se estuviera quieto cuando le ataba y le dejaba a oscuras en el cuarto. Le quiero, es mi hijo, pero estoy mucho más tranquila sin él, seguro que la bruja de mi madre le cuida bien y hasta le hace comida caliente y le mantiene limpio. No puedo quitarme de la cabeza que ese mocoso llorón es el único culpable de que Raúl me abandonara sin dar señales de vida. Creo que no le dejan verme. La arpía de mi madre nunca le pudo soportar. Decía que no era bueno ¡Qué sabrá ella!. Yo le quería, me cuidaba, a su manera. ¡Si no fuera por lo celoso que era...! El muy cabrón no me dejaba hacer nada, pero casi nunca llegábamos a las manos. Sólo una vez que se empeñó en retenerme en casa y le rompí el macetero en la cabeza. Salí despavorida de allí, gritando, cuando vi toda aquella sangre por el suelo, por las paredes. Las sirenas, la policía. No quiero acordarme de eso, me pone muy nerviosa. Se me nubla la vista, lo veo todo rojo. No, no, no, otra vez no.

- Mercedes calma. Deja de moverte así que puedes hacerte daño en la cabeza con el cristal. ¡Quieres un tranquilizante?

- No, no. Déjame, estoy bien. Estoy perfectamente. Que no venga el gordo. No voy a hacer nada.


- Muy bien. Respira. Eso es. ¿Salimos a dar un paseo? Hoy hace una preciosa tarde otoñal, con todos esas hojas que el viento arrastra por el jardín ¿Es eso lo que mirabas? ¿por qué te asustan las hojas? No te preocupes Mercedes, mañana vendrá el jardinero y las recogerá todas. Tranquila. No pasa nada, te acompañaré a tu habitación y será mejor que te tomes la medicina ahora, así podrás descansar.


Cuento publicado en PAPIRANDO 18 – Locura + Alienación
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6 Responses
  1. Cruz Says:

    Estupendo cuento Graziela, es inquietante ver el mundo a través de los ojos de tu protagonista. Con lo bonito que es el otoño¡¡


  2. Inevitablemente me ha recordado a "Marnie, la ladrona" de Alfred Hitchcock. También debía sufrir al ver las hojas de otoño. Un abrazo!


  3. Arvikis Says:

    Vaya cuento terrible . Si lo pilla el director mexicano
    Arturo Ripstein lo lleva al cine. Una de sus "pelis" se llama Profundo Carmesí. ¡Enhorabuena!
    Javier


  4. Nines Says:

    Inquietante, una situación traumática con enemigos en su cabeza. Pone los pelos de punta, pero a la vez muy interesante. Buena novela de suspense. Besos


  5. PILARA Says:

    Vaya historia preocupante; si hay muchos que están fatal.
    My bien.


  6. Anónimo Says:

    Aunque la historia lo merece, yo no me quiero centrar en ella hoy. Lo que más me apetece transmitirte es la percepción de una evolución en el desarrollo de las narraciones y de un estilo cada vez más afianzado.
    Enhorabuena.
    marisa