UNA COMIDA ESPECIAL
Llamé a Marían para citarla en el restaurante “Horizontal”, en San Lorenzo del Escorial. Resultó ser tan romántico y encantador, como me había indicado mi amigo. Aunque hacía frío lucia el sol y
el lugar era una maravilla; un chalet de grandes dimensiones decorado simulando un refugio de montaña, situado en pleno monte. Cuando ella apareció por la puerta yo estaba sentado esperándola tomando un buen vino. Estaba preciosa, envuelta en su visón hasta el cuello. Nuestra mesa, frente al ventanal, nos permitía disfrutas del paisaje; se veía el bosque y alguna que otra ardilla saltando entre los pinos. Como había imaginado a ella le encantó el sitio.
Mientras examinábamos la carta decidimos pedir como entrantes croquetitas de cigala, que nos ofreció el chef de forma entusiasta y ensalada templada con nueces y queso. Los dos estábamos hambrientos y mientras traían la comida yo habría devorado a Marián allí mismo.
--Estas croquetas están exquisitas -dijo ella cogiendo otra- , tan crujientes por fuera y luego es como si se produjera una explosión de sabor en la boca ¡qué bechamel tan suave! Cuando las masticas parece que la masa ligera y caliente te acariciara el paladar y el sabor de las cigalas…
– No sigas, que entre lo que dices y la boca que pones para decirlo, no se si voy a poder
controlarme, y me gustaría llegar a los postres.
Marían rió divertida mientras se metía un poco de queso de la ensalada en la boca y cerraba los ojos para saborearlo mejor, moviendo ligeramente la cabeza hacia los lados, entre tanto me
acariciaba la mano por encima del mantel, me encantaba ese roce ligero y una sensación agradable que me recorrió entero.
Estábamos dando buena cuenta de la botella de Rioja gran reserva, y esperando impacientes a que nos trajeran el magret de pato a la plancha con salsa roja de frutos del bosque y verduritas que había pedido Marián y mi venado cuya descripción ocupaba tres líneas de la extensa carta. A mi me habría dado igual tomarme unos huevos con patatas, pues sentía cierta urgencia por estar a solas con ella, en la habitación que había reservado en el Hotel Felipe II, y el tiempo se me antojaba eterno entre plato y plato, sin poder quitar mi mirada de su escote. Marían adivinó mi impaciencia, me dedicó una encantadora sonrisa. Los segundos platos tenían un aspecto de lo más apetitoso. La carne de venado era tierna y jugosa. Marián partió un trozo del magret de pato y me lo acercó con su tenedor; cogió con los dedos una patatita de mi plato y se lo introdujo en la boca con delicadeza, chupándose los dedos con deleite.
Yo acabe mi plato y pensaba dar por terminada la comida con un café, para poder marcharnos de una vez, pues no me veía capaz de aguantar más tiempo sin abrazarla, pero ella se empeño en elegir un postre. Le gustaba ver el deseo en mis ojos. Algo ligero, dijo y pidió sorbete de frambuesa y limón. Me miraba con los ojos brillantes y sonreía mientras sorbía con su pajita el manjar helado.
Comencé a acariciar con mi pie su empeine, a escalar por su pierna con suavidad; Marián no dejaba de mirarme desafiante, con sonrisa juguetona, sabía que me encantaban esos juegos. Me sobresalté cuando note el calor de su pie en mi entrepierna, había colocado el talón en el borde de mi silla y me acariciaba con movimientos precisos, sin dejar de observarme risueña para ver la reacción de su gesto en mi rostro, me hizo atragantarme con el primer sorbo del café italiano que me acaban de traer. Abría mucho los ojos, fingiendo sentirse sorprendida y hasta escandalizada por el efecto del masaje en mi bragueta.
– Con el vino que he bebido yo no puedo conducir. Deberíamos dar un paseo por el pueblo para ver si nos despejamos un poco.
– ¡Estás loca!, con este frío. Mejor iremos pasearemos hasta el hotel Felipe II, tengo reservada
habitación.
– Da gusto contigo, cariño, estás en todo.
Al legar a la habitación del hotel y ver las rosas rojas que cuidadosamente había dejado extendidas sobre la cama, Marián se enroscó en mi cuello, ocultando su rostro en mi pecho. Yo le agradecí el gran esfuerzo que había tenido que hacer para acudir a la cita. Sabía lo difícil que le resultaba distraer unas horas de su interminable jornada, sin embargo para mí todo había sido mucho más fácil, al fin y al cabo sólo había tenido que decir un par de medias verdades sin consecuencias. Ella también me sorprendió al quitarse el vestido y quedar enfundada en un conjunto de encaje color frambuesa de lo más sugerente.
Después de amarnos con ansia, con fuerza y con ternura hasta quedar extenuados, nos dormimos. Despertamos sobresaltados, se había hecho tarde. Precipitadamente nos vestimos. Acompañé a Marián a su coche y nos despedimos con un apasionado beso, durante unos segundo seguimos abrazos y ella me susurró al oído, conduce despacio, yo tengo que recoger a los niños y nos vemos en casa.
Publicado en la revista Papirando nº 19 "Historias de amor"
el lugar era una maravilla; un chalet de grandes dimensiones decorado simulando un refugio de montaña, situado en pleno monte. Cuando ella apareció por la puerta yo estaba sentado esperándola tomando un buen vino. Estaba preciosa, envuelta en su visón hasta el cuello. Nuestra mesa, frente al ventanal, nos permitía disfrutas del paisaje; se veía el bosque y alguna que otra ardilla saltando entre los pinos. Como había imaginado a ella le encantó el sitio.
Mientras examinábamos la carta decidimos pedir como entrantes croquetitas de cigala, que nos ofreció el chef de forma entusiasta y ensalada templada con nueces y queso. Los dos estábamos hambrientos y mientras traían la comida yo habría devorado a Marián allí mismo.
--Estas croquetas están exquisitas -dijo ella cogiendo otra- , tan crujientes por fuera y luego es como si se produjera una explosión de sabor en la boca ¡qué bechamel tan suave! Cuando las masticas parece que la masa ligera y caliente te acariciara el paladar y el sabor de las cigalas…
– No sigas, que entre lo que dices y la boca que pones para decirlo, no se si voy a poder
controlarme, y me gustaría llegar a los postres.
Marían rió divertida mientras se metía un poco de queso de la ensalada en la boca y cerraba los ojos para saborearlo mejor, moviendo ligeramente la cabeza hacia los lados, entre tanto me
acariciaba la mano por encima del mantel, me encantaba ese roce ligero y una sensación agradable que me recorrió entero.
Estábamos dando buena cuenta de la botella de Rioja gran reserva, y esperando impacientes a que nos trajeran el magret de pato a la plancha con salsa roja de frutos del bosque y verduritas que había pedido Marián y mi venado cuya descripción ocupaba tres líneas de la extensa carta. A mi me habría dado igual tomarme unos huevos con patatas, pues sentía cierta urgencia por estar a solas con ella, en la habitación que había reservado en el Hotel Felipe II, y el tiempo se me antojaba eterno entre plato y plato, sin poder quitar mi mirada de su escote. Marían adivinó mi impaciencia, me dedicó una encantadora sonrisa. Los segundos platos tenían un aspecto de lo más apetitoso. La carne de venado era tierna y jugosa. Marián partió un trozo del magret de pato y me lo acercó con su tenedor; cogió con los dedos una patatita de mi plato y se lo introdujo en la boca con delicadeza, chupándose los dedos con deleite.
Yo acabe mi plato y pensaba dar por terminada la comida con un café, para poder marcharnos de una vez, pues no me veía capaz de aguantar más tiempo sin abrazarla, pero ella se empeño en elegir un postre. Le gustaba ver el deseo en mis ojos. Algo ligero, dijo y pidió sorbete de frambuesa y limón. Me miraba con los ojos brillantes y sonreía mientras sorbía con su pajita el manjar helado.
Comencé a acariciar con mi pie su empeine, a escalar por su pierna con suavidad; Marián no dejaba de mirarme desafiante, con sonrisa juguetona, sabía que me encantaban esos juegos. Me sobresalté cuando note el calor de su pie en mi entrepierna, había colocado el talón en el borde de mi silla y me acariciaba con movimientos precisos, sin dejar de observarme risueña para ver la reacción de su gesto en mi rostro, me hizo atragantarme con el primer sorbo del café italiano que me acaban de traer. Abría mucho los ojos, fingiendo sentirse sorprendida y hasta escandalizada por el efecto del masaje en mi bragueta.
– Con el vino que he bebido yo no puedo conducir. Deberíamos dar un paseo por el pueblo para ver si nos despejamos un poco.
– ¡Estás loca!, con este frío. Mejor iremos pasearemos hasta el hotel Felipe II, tengo reservada
habitación.
– Da gusto contigo, cariño, estás en todo.
Al legar a la habitación del hotel y ver las rosas rojas que cuidadosamente había dejado extendidas sobre la cama, Marián se enroscó en mi cuello, ocultando su rostro en mi pecho. Yo le agradecí el gran esfuerzo que había tenido que hacer para acudir a la cita. Sabía lo difícil que le resultaba distraer unas horas de su interminable jornada, sin embargo para mí todo había sido mucho más fácil, al fin y al cabo sólo había tenido que decir un par de medias verdades sin consecuencias. Ella también me sorprendió al quitarse el vestido y quedar enfundada en un conjunto de encaje color frambuesa de lo más sugerente.
Después de amarnos con ansia, con fuerza y con ternura hasta quedar extenuados, nos dormimos. Despertamos sobresaltados, se había hecho tarde. Precipitadamente nos vestimos. Acompañé a Marián a su coche y nos despedimos con un apasionado beso, durante unos segundo seguimos abrazos y ella me susurró al oído, conduce despacio, yo tengo que recoger a los niños y nos vemos en casa.
Publicado en la revista Papirando nº 19 "Historias de amor"
Espero que este relato no engorde. Los placeres de la vida son maravillosos, y la primera vez, se recuerda siempre. El poder repetirlos con una amnesia premeditada, un lujo.
Que gozada, esto si que es mantener una relación bien calentita. Me encanta todo lo que escribes. Besos.