Como necesitaba soledad decidí venirme a la sierra todo el mes de julio. Los primeros días sólo hablaba con los gatos que me visitaban y la única voz que escuchaba era la del chatarrero que pasaba delante de mi puerta casi a diario. El trino de los pájaros, los trabajos de la huerta y el jardín, las puestas de sol, los paseos y las meditaciones llenaban mis días hasta que decidí hacer espacio en el trastero.
Me deshice primero de la vieja moto de mi difunto marido, que al chatarrero, un hombre joven con unos increíbles ojos negros le pareció estupenda. Luego fue la bici con la que solía bajar a por el pan, y hace años que no utilizo. También con esta se marchó encantado y en agradecimiento me mostró la mejor de sus sonrisas, con una boca perfecta, de dientes casi luminosos que parecieron poner más luz en mis solitarios días. Ahora busco afanosamente cosas de hierro o trastos viejos de las que poder deshacerme, pues cuando pasa por mi puerta siempre reduce el ritmo de su camión y yo espero escuchar su voz “lavadoras, neveras, cocinas, bicicletas, somieres…”
Ya me he deshecho de todas las herramientas y espero ilusionada que su letanía rompa mis silencios e irrumpa de lleno en mi soledad.
Un regalo de un verano que se presumía solitario. Realmente, todos necesitamos alguna vez perdernos junto a nosotros mismos y escuchar solamente nuestras voces.
En algunos momentos también necesitamos sentir que alguien rompa la monotonia que a veces nos acompaña, y volver sentir ilusión dentro de nosotros mismos.
Bueno, todo vale:un pintor, un chatarreeero... el caso es tener una voz a la que agarrarse.
A falta del clásico fontanero, bien vale un chatarrero.Quién sabe, puede ser el principio de una bonita amistad.
Javier
Me gustan tu mujer solitaria y tu chatarrero, aunque sospecho que, como sea un verano largo, se le va a quedar la casa sólo con las paredes. ¡Buen trabajo!