Graziela

APARENTEMENTE

Esa mujer no para de mirarme de reojo. Es guapa. Debe de pensar que soy un tonto de baba, tendría que haberme acostumbrado a ser observado, aunque sea a ultranza. Ya sé que por mi aspecto llamo la atención, y no me refiero a estos pantalones de marca ni a mis buenos zapatos que parecen retorcidos como bayetas por mis andares, ni siquiera a la camisa de lino perfectamente planchada. Nada luce sobre el guiñapo en el que habito. Seguro que piensa que mi cerebro es tan lento y amorfo como mi cuerpo. A veces me dan ganas de colgarme un enorme cartel en el que ponga que soy licenciado, que tengo una mente brillante, aunque no lo parezca. Esta es la historia de mi vida, debería tenerlo totalmente asumido. Hoy llegaré tarde al trabajo.

Aquel joven me estaba poniendo nerviosa. No paraba de moverse, paseaba con la enorme dificultad que le proporcionaba su deficiente sistema motor. Pobrecillo, me daba pena verle mirar el reloj constantemente con su cuello torcido y las manos crispadas en una postura antinatural. En un momento determinado que me vio mirándole le dije: – De nada nos vale inquietarnos, porque ni aún así conseguiremos que llegue antes el autobús. Hizo una mueca torpe con la cara que imaginé que sería lo más cercano a una sonrisa que conseguía esbozar. Entonces le mire a los ojos, los tenía claros y eran bonitos, de mirada profunda, inteligente y triste, muy triste. Le costaba hablar y tuve que controlarme para no terminar sus frases viendo el terrible esfuerzo que hacía para expresarse. – Llego tarde, hace poco que trabajo en una gestoría y decir que he esperado al bus media hora me parece una excusa muy manida.

Es agradable que alguien me hable sin conocerme y más por la calle. La gente tiene miedo de mí. Tiene miedo porque no saben cómo comportarse conmigo, algunos me tratan como a un niño y sus miradas son lo que más me duele. Esta mujer además de ser guapa es simpática y tiene cara de buena persona. Si hubiera más gente como ella… No lo sabe pero me ha alegrado el día, charlando durante todo el trayecto, aunque a veces creo que mis balbuceos la estaban poniendo nerviosa, pero había comprensión en sus ojos, hacía un verdadero esfuerzo por entender mis palabras. Su sonrisa era sincera cuando nos hemos despedido al bajarme del bus y cuando me he vuelto desde la acera y ella me ha saludado mientras todos los viajeros la miraban me ha hecho sentir orgulloso.

Cuando se ha bajado del autobús se le veía más animado, creo que con la charla hasta se le ha pasado el agobio de pensar que llegaba tarde. Pobrecillo. Debe ser terrible tener un aspecto físico como el suyo y ser mentalmente normal. Creo que ha sido un acierto atreverme a hablarle. A mí también me ha sentado bien conversar con él, aunque no haya sido fácil. Me encuentro más ligera y estoy contenta. Yo también llego tarde.
Etiquetas: edit post
2 Responses
  1. PILARA Says:

    Muchas veces no nos damos cuenta de lo fácil que es hacer feliz a alguien.
    Un buen ejemplo el de este relato.


  2. Cartas Says:

    Graziela cien por cien, me gusta. Nos recuerda que tenemos que darnos un poco de tiempo para mirar al otro, y que la felicidad, a veces, está muy a mano.