"EL RINCÓN DE ROSA”
Siempre había albergado la ilusión de abrir un restaurante, finalmente lo conseguí y así fue como nació “El Rincón de Rosa”.
Desde muy pequeña me gustaba estar en la cocina de mi abuela viendo cómo ella preparaba esas comidas tan sabrosas, de las que todos disfrutábamos. Los alimentos frescos, sus condimentos, la elaboración... todos aquellos colores, la variedad de verduras, los frascos de las especias, las hierbas... aquello era una fiesta para los sentidos y sobre todo para el olfato; a veces me quedaba extasiada con los ojos cerrados oliendo el aire caliente que salía del horno y de los pucheros, invadiendo todo el espacio existente con esos aromas de vainilla, patatas guisadas, caramelo recién hecho o un simple sofrito. Esos olores han quedado grabados en mi memoria asociados a mi infancia y a la felicidad. Entre aquellas cuatro paredes cubiertas en parte de azulejos blancos, que casi siempre estaban empañados, mi abuela con su gran delantal y un paño colgado de la cintura hacía magia y alquimia con sartenes, cazuelas, ollas y sus cucharas de madera gastadas. Todo era perfecto hasta que llegaba mi madre sin que me diera tiempo a esconderme, y a gritos me echaba de allí.
-Rosa ¡hija!, ¿cuántas veces te tengo que decir que no me gusta que estés en la cocina? Puedes quemarte y cortarte; hueles a comida y te manchas la ropa. ¡Sal de aquí inmediatamente!
Mi abuela me miraba de reojo y me hacía un gesto indicándome que obedeciera; yo no decía nada, simplemente bajaba la vista y salía despacio de aquel mundo cálido y sonoro donde se desarrollaba la sinfonía de los pucheros.
Como la mayoría de los niños preguntaba sin parar, quería saberlo todo, entender porqué se preparaban las cosas de una determinada manera, cómo se sabía cuando estaba lista la sopa y la forma en que se combinaban los platos, así poco a poco iba aprendiendo, ayudando en pequeñas tareas y probándolo todo.
Cuando me casé era una experta cocinera, lo que no tenía demasiado merito teniendo en cuenta mi entusiasmo y dedicación desde pequeña, y las buenas maestras que tuve. Mi abuela paterna, Esperanza, era vasca y guisaba maravillosamente y la materna, María había nacido en Castilla, su cocina era menos elaborada pero igualmente exquisita.
Mi afición por la buena mesa fue creciendo y seguí aprendiendo, sin llegar a hacer nunca cursos de arte culinario, me gustaba y me sigue gustando experimentar y hacer pequeñas innovaciones en platos tradicionales y populares, lo que no puede considerarse cocina de autor, además, mis ideas no llegar a incluir canapés con flores ni postres con metales preciosos, tan de moda en estos tiempos, en los que parece primar lo exótico e innovador buscando nuevos sabores, que a mi humilde parecer, no siempre resulta acertado.
Como todo tiene su parte negativa el hecho de disfrutar tanto con la buena mesa me ha supuesto siempre tener que reprimir mi apetito, por no hablar de más de una dieta adelgazante a la que he tenido que someterme dada mi tendencia a engordar.
Como todo tiene su parte negativa el hecho de disfrutar tanto con la buena mesa me ha supuesto siempre tener que reprimir mi apetito, por no hablar de más de una dieta adelgazante a la que he tenido que someterme dada mi tendencia a engordar.
Mis amigos y mi familia siempre han aplaudido mis aperitivos, guisos, asados, repostería y la presentación de los platos, animándome a ganarme la vida con lo que más me ha gustado hacer. Así, cuando los niños fueron mayores pensé que había llegado el momento; me armé de valor, me lié la manta a la cabeza, me informé de las subvenciones y créditos que el Instituto de la Mujer ofrecía a empresarias, aunque yo ya no era tan joven seguía teniendo la energía y el empuje de la juventud, y me lancé a esta aventura que ha resultado enriquecedora en todos los aspectos en la que no sólo yo me embarqué, sino que de alguna manera toda mi familia participó.
Para decorar y montar el restaurante conté con la ayuda inestimable de mi primo Rafa, arquitecto y de mi cuñada Marisa, decoradora de interiores que me asesoraron y aconsejaron, con lo que conseguí que el comedor resultara agradable, luminoso y acogedor. La nota de color la pusieron mi madre y mis tías al hacer los estores y las mantelerías, en azul intenso que contrasta perfecto con el color mango de las paredes estucadas. Para mí todos los detalles eran importantes, no era cuestión solamente del comedor, además estaban los aseos, el recibidor con el mostrador y todo decorado de forma muy personal, tarea ardua en la que colaboraron todas mis hermanas y sobrinos aportando cada uno aquellas ideas y sugerencias que en conjunto dan un aire fresco y actual al local.
Además estaba la cocina, mi propio reino. La cocina... qué maravilla... hermosa, impoluta como un quirófano, con una isla de fuegos y hornos, alrededor muebles y encimeras conteniendo los cacharros y utensilios, los frigoríficos y congeladores, el anaquel de las especias y las hierbas en la amplia alacena... Para mí era un paraíso en el que todos llevábamos nuestro propio ritmo, con gestos medidos y precisos en perfecta armonía, como si estuviéramos interpretando un extraño ballet con el único fin de dar placer al paladar.
Siempre ofrecemos un menú normal y otro especial bastante completos, que además resultan asequibles con calidad, variedad y abundancia. También se puede comer a la carta, que es modificada casi diariamente en virtud de los productos de temporada y del clima, me gusta seguir los ritmos que marcan las estaciones. Y no me podía olvidar de los que tenemos que mantener a raya la báscula, que pueden encontrarse en nuestra carta con tres o cuatro platos para tomar de primero y otros tantos segundos que se ajustan perfectamente a cualquier dieta baja en calorías e hidratos de carbono.
La cocina que yo hago no es pretenciosa, complicada, ni exótica, sólo saludable y sabrosa para los paladares sencillos y no hay mayor reconocimiento para mí que ver el restaurante lleno todos los días y que la gente que viene por primera vez vuelve; en una reseña que publicaron del mismo en “El Semanal” decía: “Comer en el Rincón de Rosa, es realmente como comer en casa de esa abuela dulce y complaciente con la que todos soñamos”, ellos no saben que ese es mi verdadero secreto, que yo disfruté de unas abuelas que cocinaban y mimaban a los suyos, con las que otros sólo pueden soñar. Ellas me enseñaron que el único secreto de la buena cocina consiste en combinar productos de calidad y poner una gran dosis de cariño al hacerlo.
¡Buen provecho a todos!
Sólo falta que des las señas porque apetecer, apetece visitarlo. My bien Ángela.
La verdad que con tu imaginación y como lo describes, ya solo con leerlo dan ganas de ir a probar, y como dice el anterior comentario solo falta que des las señas. Estupendo.