ATARDECÍA DESDE SIEMPRE.
Caía la tarde cuando Santiago salió de su casa. Ya en el rellano de la escalera el último abrazo resultó incómodo con tanto bulto, pero no por ello menos cálido. Elisa, desde el balcón, le vio alejarse con el enorme macuto, el saco, la bolsa con todos los visados y los bocadillos que le acababa de preparar para el largo viaje. Él se volvió antes de entrar en el coche, con una enorme sonrisa que le pareció iluminar la calle. Se le veía tan feliz de poder al fin realizar su sueño…
Después de dos semanas aquella imagen seguía nítida y brillante en la memoria de su madre, que se refugiaba en ella como si fuera la única tabla a la que aún podía asirse.
A veces la angustia le impedía respirar. No podía separarse del teléfono ni un momento, esperando noticias. Se sentí impotente allí sentada, pero había resultado imposible acudir en su búsqueda.
Manuel, desesperado, no paraba de pasear nerviosamente por el salón, como si algo le apremiara, frotándose las manos hasta hacerlas enrojecer.
Ella pensó que conseguiría deshacérselas, pero no le dijo nada, no podía distraerse, en su mente solo había lugar para el miedo.
El timbre del teléfono llenó todo el espacio. Sólo sonó una vez. Elisa se precipitó sobre el auricular antes de que Manuel consiguiera alcanzarlo. Escuchó atentamente con rostro inexpresivo.
Antes de colgar se escuchó decir gracias con una voz que no era la suya. Su marido la miraba implorante.
– Le han encontrado –casi susurró.
– ¿Cómo está?
– Ellos se encargarán de todo para repatriar su cadáver.
Aquel “no” retumbó entre las cuatro paredes como un aullido escalofriante y la sobrecogió. Él se derrumbó en el sofá y con unas manos a punto de sangrar se tapó el rostro, sollozando como un crío desamparado.
Elisa incapaz de reaccionar, de consolarle, se aproximó despacio hasta el balcón, abrió la puerta y se asomó. Atardecía, como siempre, pero nunca nada volvería a ser igual.
El destino nos espera, aunque sea a miles de kilómetros. Lo que ha de pasar pasa, eso dicen los fatalistas.
Me gusta la concisión del relato, que no se pierde en caminos innecesarios, para llegar a ese dramático final.
(Creo que deberías poner, como cita, la procedencia y autora de la frase del título. Es la costumbre en el ambiente literario)
Triste, pero bonito y emotivo.
My bien...
Gr4acias Juan, lo tendré en cuenta.