EN MALA
EDAD.
Como decía mi amiga Alicia, “estamos en muy
mala edad y tenemos que cuidarnos”, era la frase que le servía de excusa, para
hacer lo que le apetecía y darse caprichos. Pensaba que tenía razón al comenzar a sentirme
mal. Pre-menopausia, argumentó, cuando le conté que me notaba muy hinchada, que
pese a tener desde cría los ciclos regulares pasaban meses sin menstruar y
cuando creía que ya podía despedirme del engorro de los manchados a destiempo,
volvía a aparecer la dichosa regla.
Mi preocupación creció con la pérdida de peso,
hacía tiempo que tiré la toalla con dietas infructuosas para adelgazar. Entre
eso, los mareos, el cansancio y una sensación de que nada me sentaba bien, me rendí
a la insistencia de mi marido y pedí hora en el médico. Según la doctora aquellos
síntomas no se justificaban con el cambio hormonal sumado al estrés del
trabajo, que lo arrastraba desde siempre.
A ver si voy a tener la mierda esa del sibo,
que está tan de moda últimamente o algo peor, que tres de mis amigas habían pasado
por el quirófano y la quimio, por no hablar de la pobre Mercedes, que ya ni lo
cuenta. Estos y otros pensamientos horribles y otros peores llenaban mi mente
en cuanto me despistaba.
La médico de familia me recomendó ir a un
internista, que primero me tranquilizó,
aunque reconoció que estaba en una edad complicada para las mujeres y me
pidió una analítica muy completa, otra serie de pruebas como ecografías de
tiroídes y abdominales.
Seguí con síntomas y aquel agotamiento, a lo
que se sumó el insomnio por la creciente preocupación.
- ¿Ha venido usted sola? –Me preguntó en la
consulta al ir a recoger los resultados.
- No, mi marido está fuera.
Cada vez estaba más nerviosa; me temblaban
hasta las piernas del miedo al diagnóstico, estaba lívida, pues el doctor al
notarlo me tranquilizó.
- No se preocupe, ya tengo un diagnóstico. Está
usted embarazada.