EN BUENA COMPAÑÍA
Recordé que cuando vivía mamá siempre recibía
una felicitación navideña de la tal María Marta y ella le mandaba otra, pero aparte
de eso, desconocía todo lo relativo a su vida.
La sorpresa fue mayúscula y la expectativa de
hacer un viaje a otro país se me hacía un mundo. Entre que siempre he sido tan
aventurera como un mejillón, pegadita a mi roca y mis posibilidades económicas no me han permitido
llegar tan lejos, tener que hacerlo sola no me apetecía mucho, pues a ver a
cual de mis amigas convencía para acompañarme. Claro que también una
oportunidad así no se presenta dos veces.
Mi amiga Laura, agente de viajes, me busco un
hotel pequeño y céntrico en Buenos Aires y me acompañó al aeropuerto. Nos
despedimos como si me fuera para siempre, tampoco sabía lo que me esperaba al
otro lado del océano.
Aquella ciudad me cautivó desde el principio.
El bufete del abogado estaba muy cerca del mi
hotelito. Firme todos los papeles, y me explicó detalladamente en qué consistía
la herencia. Recibí una buena cantidad de dinero, que al ser en pesos parecía
una verdadera fortuna y me entregó las llaves para que tomara posesión de la
vivienda inmediatamente. Era un departamento muy coqueto en un buen barrio, me aclaro que con el piso y todos sus bienes y
enseres, el legado incluía dos gatos Luzmila y Ranses, y un loro que se llamaba
Remigio, que al parecer era el nombre de un novio que tuvo la difunta, como me
explicó el vecino que se encargó de los animales de María Marta hasta mi
llegada, por deseo expreso de la finada.
De eso hace ya dos años y aquí sigo,
perfectamente integrada en la vida bonaerense. Mi vecino, Matías, es encantador
y aunque siempre pensé que lo mío eran perros, estoy bien acompañada con mis
preciosos mininos y con Remigio, que todos los días, en cuanto me levanto y
quito el trapo que cubre su jaula me dice: “!Que linda sos¡”, y yo me siento la
mujer más afortunada del mundo.