Graziela

 



EN BUENA COMPAÑÍA

 Recibí una carta certificada. Era de un abogado de Buenos Aires, albacea de doña María Marta Ramirez de Prada, tía lejana mía. En ella me notificaba su fallecimiento y al ser yo su única familiar viva, me había legado todos sus bienes. El sobre también contenía un billete de avión con fecha abierta para viajar a Argentina, abrir el testamento y aceptar la herencia.

Recordé que cuando vivía mamá siempre recibía una felicitación navideña de la tal María Marta y ella le mandaba otra, pero aparte de eso, desconocía todo lo relativo a su vida.

La sorpresa fue mayúscula y la expectativa de hacer un viaje a otro país se me hacía un mundo. Entre que siempre he sido tan aventurera como un mejillón, pegadita a mi roca y  mis posibilidades económicas no me han permitido llegar tan lejos, tener que hacerlo sola no me apetecía mucho, pues a ver a cual de mis amigas convencía para acompañarme. Claro que también una oportunidad así no se presenta dos veces.

Mi amiga Laura, agente de viajes, me busco un hotel pequeño y céntrico en Buenos Aires y me acompañó al aeropuerto. Nos despedimos como si me fuera para siempre, tampoco sabía lo que me esperaba al otro lado del océano.

Aquella ciudad me cautivó desde el principio.

El bufete del abogado estaba muy cerca del mi hotelito. Firme todos los papeles, y me explicó detalladamente en qué consistía la herencia. Recibí una buena cantidad de dinero, que al ser en pesos parecía una verdadera fortuna y me entregó las llaves para que tomara posesión de la vivienda inmediatamente. Era un departamento muy coqueto en un buen barrio,  me aclaro que con el piso y todos sus bienes y enseres, el legado incluía dos gatos Luzmila y Ranses, y un loro que se llamaba Remigio, que al parecer era el nombre de un novio que tuvo la difunta, como me explicó el vecino que se encargó de los animales de María Marta hasta mi llegada, por deseo expreso de la finada.

De eso hace ya dos años y aquí sigo, perfectamente integrada en la vida bonaerense. Mi vecino, Matías, es encantador y aunque siempre pensé que lo mío eran perros, estoy bien acompañada con mis preciosos mininos y con Remigio, que todos los días, en cuanto me levanto y quito el trapo que cubre su jaula me dice: “!Que linda sos¡”, y yo me siento la mujer más afortunada del mundo.