Graziela

 








UN MAL TRAGO

(BINOMIO MÁGICO)

ACEITUNA Y CEMENTERIO

            No me gustan los cementerios. Aunque en ellos se respira tranquilidad, también hay otro tipo de energías en el ambiente: tristeza, pena y sobre todo muerte. Todas esas tumbas, las esculturas, las lápidas labradas, las inscripciones, las flores. Por no hablar de los nichos, que son como estantería de ataúdes empotrados. Además, siempre que voy a un entierro me acuerdo de Daniel, el niño de Dorita, la vecina, que murió atragantado por una aceituna. Yo creo que me impresiono más porque conocía al crío desde que nació, le había visto crecer. Estaba tan contento dando saltos y la siguiente noticia era que había fallecido.

            Tragarse una aceituna y que se te quede atascada en la garganta debe ser una sensación horrorosa. Su madre en el tanatorio nos contaba lo ocurrido, la angustia que sintió, como si le quitaran un órgano de su propio cuerpo. En el cementerio aún fue peor. La mujer se desmayó. Querían llevarla al coche y ella se negaba, lloraba y daba alaridos. Estaba tan absorta en su dolor que a punto estuvo de caer en la fosa cuando colocaron el pequeño ataúd verde, el color preferido del niño. ¿De qué color sería la aceituna que le dejó en el camposanto? Supongo que no sería de ese tono lechuga, porque tener que pasar la eternidad metido en una caja del mismo color que la oliva que le llevó allí, es una broma de mal gusto.

            Durante un tiempo, dejé de comer aceitunas. Mis preferidas son las negras, como la suerte de Dorita y su hijo.  Ella no duró mucho más. Enfermó del hígado, su piel se torno cetrina, aceitunada y poco después tuvimos que volver a la sacramental y ahora descansa junto a su pequeño, bajo un precioso olivo; paradojas de la vida.

            No debió superar la culpa de pensar que fue ella misma la que le dio al niño la aceituna que lo mató, las había comido otras veces, repetía sin parar. En su casa no entró ni una oliva más. Hasta dejó de usar el aceite que se traían del pueblo, denso y verdusco. Tampoco volvieron a varear.

            A mí me encanta tomar el aperitivo y un buen vermut, con un luquete y una aceituna pinchada en un palillo; me hace feliz, aunque reconozco que desde aquello cada vez que me meto una en la boca soy muy consciente. Aunque la muerte te puede sorprender en cualquier lugar. A mí en el cementerio no me esperan, pienso seguir disfrutando de las olivas de camporeal, manzanilla, gordal, o las perlas negras con su pimentón y su cebollita, mis preferidas. Tanto placer seguro que es pecado, una vez muerta e incinerada me queda la tranquilidad de que no acabaré en una fosa y me da igual si eso me lleva al infierno.

            ¡Pobre Danielito! Bajo tierra por culpa de algo tan inofensivo como una aceituna.