Aparece primero uno, volando en
círculo, batiendo con rapidez sus alas, mostrando su silueta que se recorta en
negro. Después viene otro y se elevan y
bajan de forma inesperada,
entrecruzándose. Su vuelo es como ver las ondas que se crea en el agua al arrojar una piedra,
concentricas, de pequeñas a grandes y luego, otros se suman a la extraña danza.
Me parecía que esa era la hora más
triste del día. Es realmente cuando muere la luz, sin embargo, contemplar el
baile de los murciélagos, como un ritual diario, que surgen precisamente para
alimentarse de de los mosquitos que pululan por el aire buscando sangre dulce,
la ha convertido en un momento agradable que a medida que avanza el verano se
va adelantando en el reloj.
Es curioso, como cambian las cosas según la forma de percibirlas. Por eso me ha parecido un buen título para la mi
próxima novela, aunque todavía no puedo precisar mucho sobre sus personajes o
la trama, pero estoy segura de que una tarde de estas, mientras disfruto del vuelo alocado e irregular de los murciélagos empezaran a tomar forma y cobraran vida.