CUESTIÓN
DE SUERTE
Me
quedaba esperándola frente a la puerta. En ocasiones solo tardaba unos minutos, o pasaban horas sin salir de allí. Yo me armaba de paciencia y me entretenía en ver a la
gente, que me miraba con lástima, simpatía o aprensión. Si hacía
frío y se prolongaba la espera, terminaba tiritando; en verano casi era peor,
pues sudaba tanto que a veces a punto estuve de deshidratarme.
Odio
el sonido machacón de las monedas al caer y la música estridente de las
maquinitas que sale cada vez que se abre la puerta del local.
Con
verle la cara sabía cómo se le había dado. Si aparecía sonriente, el paseo era
largo y relajado, nos deteníamos en los escaparates, llegábamos hasta el
parque y había juegos y caricias, además de un buen banquete; si por el
contrario aparecía cabizbaja o con el ceño fruncido, malo, íbamos a
casa directamente, caminando deprisa mientras mascullaba improperios, tirando
de mí, y ese día solo tocaba pan duro.
Hoy
el local estaba cerrado, yo me he puesto contento ¡qué suerte! ella no, porque
parece que va a ser definitivo. Tengo la esperanza de que ahora cambie nuestra
vida.
Es muy dura la vida perruna, y más con una dueña ludópata.
My bien.