REPOSTAR
–- Lleno, por favor.
–- Ha llovido barro y estas
gotas que han caído le han dejado el coche hecho una pena. Tenemos un lavado
especial que lo dejara como nuevo, señora.
– Ya, pero no quiero entretenerme,
como voy a seguir viaje, cuando llegue a destino lo llevaré a limpiar… –Dije
sin mucho convencimiento. El hombre era simpático, muy atento y debía ser listo
como un zorro, pues viéndome dudar insistió.
–- Hoy además, está de suerte, el
precio es de seis euros, que teniendo en cuenta que es una limpieza especial,
es barato, pero como es miércoles lo tenemos de oferta, se le queda en tres
euritos. Una ganga, teniendo en cuenta los resultados.
–- Está bien, cuando pague pediré
una ficha.
–- No es necesario, yo se lo conecto
directamente, le fijo los limpiaparabrisas, le meto los espejos, sujeto la
antena y a disfrutar… Tiene todo incluido, hasta encerado y secado final. Va a
salir encantada…
Lo que el empleado no sabía es que tenía
cierta fijación con los túneles de lavado. Sentirme segura, a resguardo
mientras fuera parecía producirse una tempestad siempre me había gustado. Con
las indicaciones de aquel hombre, que no estaba nada mal, encajé la rueda del vehículo
en la plataforma. Y quité el pie del freno.
Una lluvia suave fue empapando el
coche. El agua arreció, se volvió blanca y espumosa y los rodillos azules
empezaron a funcionar, a frotar con fuerza los lados y el techo de la
carrocería. El vehículo se movía; había mucho ruido, no se veía nada y cerré
los ojos. Recordé mi fantasía sexual sentada en el asiento del conductor. La
puerta del copiloto se abrió de pronto, entró agua. Él estaba mojado y a mí me
gustaba su olor a detergente, el frescor de su ropa. Se acercaba, empezaba a
besarme, me subía el vestido, acariciaba mis muslos, el pecho y fuera parecía
desatarse una tormenta. Yo estaba con los ojos cerrados, y respondía a sus
besos entreabriendo los labios, con boca ávida, mientras mis manos buscaban su
cuerpo. Todo se movía, seguíamos el ritmo acompasando, como si fuéramos en
barco en un mar con marejada. Cesó el ruido y el coche dejó de moverse. Sentía el
sonido de un fuerte viento.
De pronto él se retiró, oí la puerta
al cerrarse. Abrí los ojos. El semáforo estaba verde. Me atusé un poco el pelo,
me coloqué el vestido y puse el coche en marcha. El empleado tenía razón,
realmente había sido un lavado excelente.