“ERCHICO”
No quería centrarse en historias de
capote y castañuelas, de callos, chiquitos o frituras, ferias y volantes o
mantones; ni que tuvieran a cualquier Quijote como protagonista. Huía de lo
típicamente español y se encontró con
“Erchico”. No se pudo resistir.
“Erchico” era hijo único. El menor
de la larga estirpe de una popular familia gitana. En Córdoba todos les
conocían y cuando nació el retoño hubo una gran fiesta, pues le habían esperado
durante años. Tendría que llamarse “el deseado”, dijo su abuelo, aunque su
padre le puso Salvador. El niño nació prematuro, escuchimizado y renegrio. Pasó su primer año pegado al pecho de su madre, de
mercadillo en mercadillo, mientras su padre montaba y desmontaba el puesto de
lencería. Disfrutaba jugando en el mostrador entre el revoltijo de bragas de colores.
Cuando empezó a ir al colegio tenía más de cinco años y sus profesoras se
sorprendieron de que conociera todos los números y hasta supiera calcular, sin
embargo, a penas conocía las letras. Sus padres
sabían que el pequeño Salvador, siempre había sido listo como un zorrillo.
Además de una inteligencia
sobresaliente, el crio llevaba el arte en la sangre, aunque fuera en tan
reducido estuche. Iba haciéndose mayor,
y el tío Samuel le llevaba a
fiestas y tablaos antes que a
Emanuel, su primogénito, o a cualquiera de sus hijos, pues su sobrino lo mismo
le acompañaba a las palmas, que tocaba el cajón o se arrancaba a bailar con una
gracia inusitada. No se daba cuenta del abismo abierto entre “Erchico” y su
propio hijo, que le tenía una envidia malsana, viendo en él un adversario en
vez de a un primo.
Salvador, a medida que avanzaba en los estudios iba
dejando de lado el mundo de la farándula. Comenzó derecho en la Universidad de
Córdoba, becado, y terminó la carrera con excelentes calificaciones.
Cuando le tocó enamorarse lo hizo de Rosario, la hija menor de una
familia cercana y resultó que ésta terminó casándose con su primo Emanuel, que
ya entonces tenía un coche impresionante y hacía ostentación de su éxito
brillando bajo el oro que le adornaba, sin que nadie supiera bien en qué
consistían sus negocios.
Todos confiaban
en Erchico, por eso se dedicó a defender a los suyos, a
pesar de que su pasión eran las letras. Le gustaba escribir y lo hacía bien.
Incitado por su
tío, volvió a los tablaos y su arte le llevó a acompañar a algunas figuras
importantes. Rebasó nuestras fronteras y enarboló el nombre de España y su
raza, como bandera. No dejó por ello de atender su despacho, cuya clientela crecía y no solo entre los
gitanos.
Aunque no era un
picaflor, siempre revoloteaban chicas en torno a él, hasta que se enamoró de
Yolanda, una “paya”. Esto no cayó bien entre algunos de sus familiares, que se
negaban a admitirla al saber que no seguiría sus ritos a la hora del
casamiento. Solo su madre y su abuela asistieron al enlace, una boda civil en
el Ayuntamiento de Córdoba.
A partir de aquel
momento no volvió a ver sus tíos, ni a nadie de su entorno, que vieron en
aquello una traición a su sangre y dejaron de hablarle.
Por eso le
sorprendió tanto la llamada de Rosario,
la mujer de su primo, de la que estuvo enamorado de joven. Quería verle, pero
no en el despacho. Se encontraron en un parque de la zona. La vio marchita como
una flor sin agua.
– Mi vida es un calvario. ¡No puedo más! Salva, tienes que
ayudarme. Tu primo es cada vez más agresivo, ¡me va a matar! –le confesó entre
sollozos tras el primer saludo.
– Tranquila. Te ayudaré. –intentó consolarla sin dejar de mirarla.
Las ojeras grises, la piel opaca y la mirada triste le resultaron desconocidas.
–Tú no le conoces. Se ha convertido en un hombre poderoso, se cree
el amo del mundo. Y lo peor es que como da trabajo a mucha gente en la familia
nadie le quiere hacer frente.
– ¿Y tu familia? Tu padre y tus hermanos… –preguntó sorprendido.
–Al principio le increparon y hasta le amenazaron, pero en cuanto
les metió en el negocio hacen la vista
gorda. ¡Y me mata, un día me mata! ¿Qué será de mis niños con ése bestia…?
–dijo con desesperación volviendo a llorar.
–Vamos a ir a comisaría. Le denunciaremos. No te preocupes, esto
se va a terminar. Solicitaré orden de alejamiento. No volverá a tocarte un
pelo.
Esa misma noche,
cuando “Erchico” salió del despacho su primo le esperaba con otros dos hombres.
No le dirigió la palabra. Se acercó a él y mirándole a los ojos, con una
puñalada certera, acabó con el odio y la envidia que siempre le tuvo.