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06
EL FUMADOR
Dio una última calada, apurando el
cigarrillo hasta casi llegar al filtro, después lo apagó apretándolo con saña
contra el fondo del cenicero rebosante de colillas. El humo que con una fuerte
inspiración había tragado lo fue exhalando despacio, soplando, en una gran
bocanada que enturbió el aire de la habitación, ya tan viciado que parecía que
las paredes tenían que abrirse para contenerlo.
Era la última calada del último cigarrillo que fumaría en su vida,
estaba seguro. Había hecho una promesa y no la incumpliría, sabía que iba a ser
muy duro, pero en su casa no volvería a entrar el tabaco. Apenas hacía un
minuto que había dejado de fumar y ya se estaba convirtiendo en un detractor,
aquel pensamiento cruzó su mente fugaz como un guiño y le hizo sonreír. Seguro
que también Susana sonreiría al escucharle pensar así.
Hacía unas horas que la habían
incinerado, no podría vislumbrar su rostro tras la fumarada del puro, aunque
estaba seguro de que al percibir el olor característicos de los habanos, entre
la bruma gris de otros seguiría adivinando el óvalo imperfecto de su amada y
sentiría el dolor que ahora le oprimía el pecho. Notó que le falta el aire y
tuvo que abrir la ventana para poder respirar.
En su desesperación odiaba el tufo
que seguía en el ambiente, después de meses en los que el tabaco de ella no saturaba su olfato
notaba que el fuerte hedor impregnaba las cortinas, la tapicería de los
sillones, la ropa y el contenido de los
cajones. No sería suficiente con ventilar la casa y palmearlo todo, habría que
limpiar, que pintar de nuevo hasta los techos, que al igual que los muros
estaban cubiertos de diversas tonalidades de gris que ocultaban los colores
iniciales, cubriéndolo el conjunto con una fina capa de tristeza.
Le dijeron
que fueron los dichosos cigarros los que le arrebataron a su mujer, los
que la debilitaron hasta la extenuación, los que le hicieron sufrir lo
indecible al someterse a tan agresivos tratamientos y sin embargo, pese al
dolor y la lucha ella no conseguía liberarse de aquella lacra, aquel vicio
pernicioso que le robaba la voluntad, con el que soñaba mientras estaba
conectada a una bombona de oxígeno y mantenía un habano de los denominados
robusto, sus preferidos, entre los dedos. Eso le daba tranquilidad, le hacía sentirse
segura y confiada y en una ocasión hasta lo había encendido, sin pensar en que
podría haber hecho volar todo el edificio con ella.
Su cuñada la pequeña, Clara, la de
la vida sana, la que sudaba perfume y orinaba agua mineral se había
comprometido a ayudarle, después de cuidar a Susana durante sus últimos días.
También ella le había hecho una promesa a su hermana antes de que muriera.
Cuando Tomás abrió la puerta y la
vio con la maleta le pareció que la luminosa mañana había traspasado las
paredes de la escalera. Solo unas horas después, con su presencia limpió la atmósfera de la casa, y
un suave aroma a frutas fue llenando la estancia. A medida que pasaban los días
era como si un soplo de viento nuevo invadiera la vida de Tomás. Las plantas,
las velas, los inciensos, la música
relajante y la comida vegetariana fueron haciendo acto de presencia en
un hogar que nada tenía que ver con el que había creado Susana a lo largo de
diez años de matrimonio.
Compartiendo el dolor por la pérdida
se acrecentó el cariño entre los cuñados, que se descubrieron mutuamente. Él superó la muerte de su esposa en poco tiempo y su adicción al tabaco, que
cambió por el ejercicio físico intenso y los zumos naturales. Se sentía fuerte
y feliz.
Inesperadamente avisaron a Clara de
que su amiga más íntima había sufrido un grave accidente de tráfico y se
encontraba en estado crítico. Inmediatamente se presentó en el hospital y
estuvo acompañándola durante los días que duró su agonía. Hablaron mucho y
también a ella le prometió apoyar a su marido. Tomás la acompañó al entierro y
después la ayudo con la maleta.Su cuñada le abrazo con cariño y le entregó un
pequeño paquete. No lo abras ahora -dijo- es como una prueba.
Tomás quedó conmocionado, la casa le
pareció inmensa y se sintió sólo y perdido de nuevo. Recordó el regalo y lo
abrió. Sonrió cuando encendió el primer cigarrillo.