ATRAPADA
Sabía que se trataba de un juego peligroso, demasiado peligroso, pero sin pensárselo decidió entrar en él. Lo había visto por internet y se sintió atraída de inmediato por aquellos encuentros, totalmente anónimos. Siguió las instrucciones recibidas. Apuntó la dirección del motel de carretera y el número de habitación. Debía vestirse de negro, llegar a una hora concreta, no encender la luz en ningún momento y practicar sexo con un desconocido, al que ni siquiera vería la cara.
Antes de salir de casa “se empolvó bien la nariz”. Aquello suponía un reto, más que una cita. Le excitaba pensar en un encuentro tan poco usual. Corría riesgo, pues estaba prohibido comentarlo con nadie y cualquier cosa podía pasar, pero no le importó.
Llegó al motel, subió a la habitación número 15. Sabía que la puerta no tenía echada la llave. Le sudaban las manos y notaba los latidos del corazón retumbando en sus oídos y una gran subida de adrenalina. Dentro estaba oscuro. No debía encender ninguna luz, recordó.
- Ven, estoy aquí -dijo una voz masculina casi en un susurro.
Por un momento ella sintió miedo, pero se aproximó a la cama decidida.
El encuentro no le resultó desagradable, sin embargo, cuando media hora después salió de aquel cuarto y condujo entre el tráfico hasta su casa, se sentía extraña, como si no fuera la misma. No dejaba de pensar en que acababa de acostarse con un desconocido, que podría ser su jefe, el que limpiaba los cristales de su edificio, un amigo de su padre o el cura del pueblo de la abuela. Siempre le quedaría la duda, jamás sabría si el hombre que tenía delante en determinado momento ya había estado con ella antes.
Al llegar a casa le dio el bajón. Se duchó con agua muy caliente y siguió sintiéndose sucia. Había sido una experiencia excitante al principio, pero ahora se encontraba tan mal que de haberlo sabido nunca habría entrado en el juego.
No pudo cenar, tenía cerrado el estómago. Se notaba agotada, pensó que no conseguiría dormir, pero estaba rendida. El sueño tardó poco en aparecer. Las pesadillas que le acompañaron toda la noche, también.
Volvía a entrar en aquel cuarto oscuro, recordaba perfectamente el olor a gel que llenaba la habitación, el aliento silbante y cálido del hombre que ocupaba la cama, sus manos firmes recorriendo ansiosas su cuerpo. Deseaba verle la cara pero no podía, una densa negrura lo ocupaba todo. Ella lloraba y él se reía, grandes risotadas rompían el tenso silencio. Cogía su ropa y huía corriendo.
Las dudas la consumían, tenía que averiguar con quién había estado, no podía soportar esa zozobra, notaba una bola de acero en el estomago y un sabor amargo que no desaparecía de su boca.
Se levantó y salió de casa, era de madrugada y la ciudad parecía desierta. Recorrió el camino hasta llegar al motel, conduciendo como una suicida. El motel se había convertido en un edificio fantasmal, que se perdía entre la bruma invernal. Mostraba un aspecto lúgubre, con los cristales de las ventanas rotos, las paredes desconchadas y descoloridas; el rótulo se había descolgado y parecía que hacía años que se encontraba en aquel estado. Anonadada se bajó del coche y se acercó al edificio semiderruido. El viento, como un murmullo de risa imperecedera, se colaba por las grietas de los muros. Creyó percibir un ligero aroma a gel en el ambiente.
A la mañana siguiente se sintió desconcertada, incapaz de saber si lo que recordaba había ocurrido en realidad o solo había sido un sueño. Se levantó, salió de la casa, condujo como una suicida…
* RELATO PUBLICADO EN LA REVISTA LITERARIA PAPIRANDO Nº 17. http://www.4shared.com/document/g2lbn9Xi/-_Papirando_17_-_Subrealismo_S.html
Un relato muy inquietante, en el que la delgada línea entre realidad y fantasía se entrecruzan, formando ambas parte del mismo universo.
Muy bien.
Javier
Puee parece que al final, la aventura era incluso más peligrosa de lo que se pensaba. Un círculo de lo más inquietante. Bien, Graziela, bien