MIRADA DE CRISTAL
Cada día ante mis ojos transcurren tantas historias… Soy testigo de excepción de vidas que con el tiempo han dejado de ser anónimas para mí. Sólo algunos me dirigen una mirada distraída o interesada.
Hace años que don Camilo pasea por delante de la tienda, al principio lo hacía con su esposa, una ancianita gris que arrastraba los pies agarrada de su brazo, lastrándole como si tirara de un ancla. La pobre no superó el pasado invierno y le dejó solo. Él se quedó muy apenado. Al principio su hijo le acompañaba, sin embargo, desde hace meses tengo la impresión de que camina más ligero, y sé que en el centro de mayores de la esquina le esperan los amigos. A veces vuelve con alguno de ellos y se nota cuando gana la partida, pues me sonríe al pasar. De vez en cuando deja de transitar esta acera y deduzco que está en algún viajecito del Inserso. Seguro que el hombre baila como un yoyó en los hoteles de la costa; luego regresa con aspecto saludable y hasta bronceado. Diría que cada vez parece más joven.
Las imágenes de la gente parecen superponerse unas a otras, aunque puedo distinguir perfectamente a los habituales de esta zona de los ocasionales. Alberto, por ejemplo, tiene tan pateadas estas baldosas que creo que hasta las macetas de la puerta le conocen. Nunca pierde el ánimo. Es muy buen chico, debió terminar la carrera en septiembre, por eso no lleva ningún libro de economía bajo el brazo, como antes, pero no está teniendo suerte para encontrar trabajo. Todos los días, muy temprano, esté despejado o lloviendo, compra el periódico y repasa los anuncios en el banco de enfrente. Le veo señalar las ofertas que le interesan con un rotulador, y vuelve bien entrada la mañana, con la cabeza baja y el diario arrugado bajo el brazo. Menos mal que tiene novia; una chica muy mona que parece alegrarle la vida cuando la trae a casa. Una vez entró en la tienda, estábamos de rebajas y no sé quien la atendió, pero algo compró pues salía con una bolsa bailona en su mano. Días después supe que era ese vestido de lunares rojos que me encantaba. Me alegro de que lo lleve ella, le sentaba de maravilla.
He empezado a cogerle cariño a Fernando, el empleado de la inmobiliaria, siempre trajeado y con el móvil pegado a la oreja. Antes no paraba, hacía un montón de visitas al día. A veces volvía con algún cliente y yo sabía que había tenido suerte y había vendido o alquilado algún piso, pero últimamente la cosa está muy floja, por la crisis, supongo. El dueño de la tienda tampoco para de quejarse, y ya ha tenido que despedir a la empleada que entró la última. ¡Me dio mucha lástima! era una mujer muy agradable. Lo pasó fatal cuando entró aquel atracador y le colocó la escopeta de cañones recordados en la cabeza. Ella casi se desmayó y yo, al verla, intenté abalanzarme sobre aquel hombre con pasamontañas, pero sólo conseguí darme una buena costalada, que desde entonces arrastro esta lesión, intentando disimularla como puedo, pero este brazo lo tengo cada vez peor. No me gustaría que por la secuela de aquel percance me sustituyeran y pusieran a otra más joven en mi lugar, me he ganado el puesto y no me ha costado poco estar donde estoy.
El otro día, por fin, conseguí enterarme de lo que se traen entre manos las dos mujeres de atuendo informal que siempre veo juntas. Al parecer Elena, la más joven se ha separado hace poco ¡ya sabía yo que ese matrimonio no iba a funcionar! No había más que verlos juntos para darse cuenta de que no había química entre ellos. Y al final, yo tenía razón, como casi siempre. Pero lo raro no es el divorcio, una ya se acostumbra a las rupturas, lo curioso es que creo que ahora las dos mujeres andan juntas. No, si ya me había dado a mí el tufillo. Amparo tan protectora, tan pendiente de la otra, tan atenta y tan marimacho, pues de femenina tiene lo que yo de gorda. El jueves pasado se me confirmaron todas las sospechas. Estaban echando un vistazo a los pantalones vaqueros y sus manos se rozaban con demasiada frecuencia, entonces ambas mujeres parecían reaccionar, como si les tocaran con fuego, pero sus ojos decían otra cosa. Una esta acostumbrada a ver de todo en los grandes almacenes y a mi no me engañan, aunque todavía no lo sepan ni ellas.
Creo que mañana van a sacar la ropa de la próxima temporada, estoy deseando ver los nuevos modelos.
¡Oh no! estas chicas cada vez son más bruscas, menos cuidadosas. ¡Qué bruta! Me acaba de desencajar totalmente el brazo izquierdo ¡Menudo dolor! No me lo puedo creer. Por nada del mundo me gustaría que se dieran cuenta de que estoy llorando.
No, por favor, no puede ser. Vienen a por mí, esta imbécil ha debido decir algo a los de mantenimiento. Ella nunca me gustó, es una amargada, sin sensibilidad, con cara de limón verde. Uno me ha cogido por los pies y otro de la cabeza, sin ningún recato, y yo me muero de vergüenza, ya sé donde me llevan.
Tarde o temprano tenía que suceder, pero nunca pensé que sería así. La única esperanza es que me encuentre, entre la oscuridad y la montonera de trastos, con aquel apuesto maniquí de ropa deportiva por el que perdí la cabeza, y no es una forma figurada de hablar, es que de tanto volverme para verle se me desencajó y tuvieron que repararme, aunque yo entonces era joven y lozana y mis ojos aún brillaban al roce de una chispa de luz. Me siento tan mal, no creo que pueda reponerme jamás de esto, me venderán a cualquier tienducha de chinos sin categoría ni estilo y terminaré siendo una maniquí cualquiera, y no la estrella de mi escaparate.
Qué estupendo tu relato Graziela. Me ha encantado, te doy mi enhorabuena más sincera. La vida de los maniquíes debe ser demasiado triste, tal y como lo has reflejado al final de tu relato.
Graziela, me ha gustado muchisimo, es estupendo, no se puede pedir más que detallista, la verdad perfecto. Felicidades. Enhorabuena.
Un estupendo trabajo, digno de mejor suerte, aunque quién sabe, aún hay tiempo.
¡Precioso, Graziela!
Un beso
Bueno, en el fondo todo tiene alma, y ponerse en las moléculas de los seres inanimados, es ya darles vida como tu lo has hecho. ¡Estupendo!
javier