CLARO DESAMOR
Clara se había levantado temprano como todos los días, sumergiéndose inmediatamente en la frenética actividad que suponía la rutina matinal; preparó el desayuno de los chicos y les apremió para que no llegaran tarde al colegio. La pequeña hoy no estaba, se había quedado a pasar la noche con una amiga. La casa permanecía en silencio y Clara se sorprendió al comprobar que aún le faltaba más de media hora para irse a trabajar; entraba a las diez y estaba acostumbrada a ser puntual, pues era ella la encargada de abrir la tienda y como antes tenía que dejar a Anita en su “cole”, siempre solía llegar con tiempo.
Hoy podía permitirse el lujo de desayunar con toda tranquilidad porque además de ser muy pronto, no tenía que llevar a la niña. Se preparó un zumo de naranja, hizo tostadas de pan integral que untó con mermelada de naranja amarga, su preferida, mientras respiraba el aroma del humeante café recién hecho; lo colocó todo en una bandeja y se fue al comedor a desayunar, como si fuera domingo, ella sola.
Sentada en el sillón apurando el final de su taza, mientras exhalaba una bocanada de humo del cigarrillo que acababa de encender, su vista se detuvo un momento en una de las fotografías que había en el mueble.
- ¡Qué guapo estaba Juan con los niños aquel verano!, se escuchó decir sin dejar de sonreír a la foto.
Pensó que había sido una pena que todo se acabara de aquella manera. Todavía creía que debería haberse dado cuenta antes... Bueno, que ambos deberían haberse dado cuenta antes de que lo suyo no tuviera remedio. Con el tiempo y después de darle muchas vueltas al tema durante meses, en las largas noches de insomnio que siguieron a la separación; en los fines de semana de soledad en los que la ausencia de su marido y la de los niños se hacía casi insostenible y en las charlas con su hermana y con sus amigas, había llegado a la conclusión de que su matrimonio se había roto nada más nacer Ana, manteniéndose después por la fuerza de la inercia y la costumbre de tantos años de convivencia.
Al menos ahora había dejado de sentirse culpable. Había conseguido asumirlo.
– ¡Que barbaridad!, con lo que les costó al principio lograr que lo suyo llegara a ser algo más que una aventura – pensaba Clara en voz alta.
Juan todavía estaba en trámites de divorcio de su primera mujer... Casi toda su familia se opuso a que saliera con él, sobre todo su madre. Ellos estaban tan enamorados que les parecía que nada ni nadie podía impedirles estar juntos. Estaba convencida de que él era el hombre de su vida.
Clara le amaba profundamente, nunca había querido así a nadie. A pesar de no llevar mucho tiempo saliendo tenían muy claro que deseaban estar juntos y sin embargo algunos días ni siquiera podían verse de lo atareados que estaban con sus respectivas ocupaciones. Juan le propuso entonces que se fuera a vivir a su casa, sin embargo Clara no se decidía, tenía miedo, no estaba segura y no quería disgustar a su madre; aguantaron así casi dos años y se casaron. Pronto se quedo embarazada y nació Alejandro. Todo parecía perfecto, formaban una pareja estupenda y disfrutaban mucho del niño. Dos años después llegó un nuevo bebe, Marcos, que les colmó de alegría y tuvieron que plantearse el hecho de que ella dejara de trabajar pues un niño pequeño, un bebé, la casa y el horario de comercio era demasiado y además habían conseguido una situación económica consolidada gracias al nuevo puesto de trabajo de Juan, que comportaba más responsabilidades y le exigía más tiempo, pero los dos estaban contentos.
Se mudaron a aquel maravilloso chalet cerca de Madrid. Recuerda ahora Clara que precisamente cuando fueron a comprar el dormitorio nuevo ella tuvo un atisbo de que su relación con Juan había empezado a cambiar, que algo se había empezado a romper. Fue cuando el dependiente de la tienda de muebles les preguntó:
- ¿De que medidas desean ustedes la cama?, porque según las medidas les puedo ofrecer unos modelos u otros –aclaró resuelto aquel chico.
Ellos se miraron un instante dudando, sin saber qué responder y entonces el vendedor les planteó la opción de poner dos camas independientes.
Juan no contestó y Clara, desconcertada y confusa, por sus propias emociones, se encogió de hombros.
¡A buenas horas habrían consentido ninguno de los dos dormir separados!
Anita llegó porque tenía que llegar, no fue un bebé buscado ni deseado. El hecho de tener una niña, que siempre había sido su ilusión, no le alivió en absoluto ni le sacó del estado de indolencia en el que se había sumido desde el primer momento en que supo que estaba de nuevo embarazada. Juan parecía contento con la idea, pero cada vez se veían menos y las conversaciones que mantenían casi siempre solían versar sobre los niños, la casa y la familia; aquellas charlas, las confidencias, la complicidad y esa intimidad de las que siempre habían gozado, habían desaparecido para siempre. Cuando Clara hablaba de ello con sus amigas, estas le decían que era normal, que lo que no era lógico es que llevaran tanto tiempo casados y que pretendiera tener la misma relación que al principio. Pero ella sabía que no era eso. Poco a poco se empezó a sentir frustrada y triste. Cuando nació la niña, lejos de mejorar las cosas fueron empeorando. Tuvo una depresión post-parto tremenda y se sentía muy sola, a pesar de estar rodeada de gente.
Lo del profesor de tenis fue una tontería. ¿Cómo se llamaba aquel tipo? ¡Será posible que no se acuerde! ¡Tampoco hace tanto tiempo! Y pensar que aquel hombre había sido el detonante de su ruptura conyugal y ahora, ni siquiera podía recordar su nombre. ¡Ah sí, Francisco!, claro, aquel hombre de cuerpo bronceado y musculoso, de sonrisa cautivadora, se llama Francisco, pero eso no tenía importancia, lo único que en realidad importaba era que ella se hubiera fijado en él. Sentirse deseada y admirada de nuevo pareció despertarla de su letargo. Tal vez era lo único que necesitaba, si no hubiera sido él podría haber sido otro. Hay que reconocer además que ese chico tenía muchos “talentos”, no sólo físicos y ella se dejó llevar. Fue una estupidez y en opinión de sus amigas fue mayor tontería decírselo a Juan, que se sintió traicionado, engañado, ofendido y sobre todo sorprendido. Él pensaba que eran felices; después le confesó que no era así y que tal vez por eso se volcaba cada vez más en su trabajo. Había llegado un momento en que ambos compartían la casa, los niños y poco más. Juan tardó en reconocerlo. Su matrimonio estaba herido hacía tiempo y lo de aquel “tío” solo precipitó su muerte. Curiosamente fue precisamente él quien pronto rehizo su vida con una chica bastante más joven que su ya ex-mujer.
Clara parpadeó, al sentir en sus ojos claros el fuerte reflejo del sol primaveral en el cristal de la mesa; vio el cigarrillo consumido en el cenicero. Sonrió sintiéndose contenta. Su vida había cambiado mucho; había vuelto a trabajar, estaba sola con los niños en una casa modesta y hacía equilibrios para llegar a fin de mes, pero todo había valido la pena. Se sentía a gusto consigo misma, pese a que los demás la consideraban tonta al renunciar a una vida de lujo simplemente al darse cuenta de que no estaba enamorada de su marido. Ella era así.
Clara se había levantado temprano como todos los días, sumergiéndose inmediatamente en la frenética actividad que suponía la rutina matinal; preparó el desayuno de los chicos y les apremió para que no llegaran tarde al colegio. La pequeña hoy no estaba, se había quedado a pasar la noche con una amiga. La casa permanecía en silencio y Clara se sorprendió al comprobar que aún le faltaba más de media hora para irse a trabajar; entraba a las diez y estaba acostumbrada a ser puntual, pues era ella la encargada de abrir la tienda y como antes tenía que dejar a Anita en su “cole”, siempre solía llegar con tiempo.
Hoy podía permitirse el lujo de desayunar con toda tranquilidad porque además de ser muy pronto, no tenía que llevar a la niña. Se preparó un zumo de naranja, hizo tostadas de pan integral que untó con mermelada de naranja amarga, su preferida, mientras respiraba el aroma del humeante café recién hecho; lo colocó todo en una bandeja y se fue al comedor a desayunar, como si fuera domingo, ella sola.
Sentada en el sillón apurando el final de su taza, mientras exhalaba una bocanada de humo del cigarrillo que acababa de encender, su vista se detuvo un momento en una de las fotografías que había en el mueble.
- ¡Qué guapo estaba Juan con los niños aquel verano!, se escuchó decir sin dejar de sonreír a la foto.
Pensó que había sido una pena que todo se acabara de aquella manera. Todavía creía que debería haberse dado cuenta antes... Bueno, que ambos deberían haberse dado cuenta antes de que lo suyo no tuviera remedio. Con el tiempo y después de darle muchas vueltas al tema durante meses, en las largas noches de insomnio que siguieron a la separación; en los fines de semana de soledad en los que la ausencia de su marido y la de los niños se hacía casi insostenible y en las charlas con su hermana y con sus amigas, había llegado a la conclusión de que su matrimonio se había roto nada más nacer Ana, manteniéndose después por la fuerza de la inercia y la costumbre de tantos años de convivencia.
Al menos ahora había dejado de sentirse culpable. Había conseguido asumirlo.
– ¡Que barbaridad!, con lo que les costó al principio lograr que lo suyo llegara a ser algo más que una aventura – pensaba Clara en voz alta.
Juan todavía estaba en trámites de divorcio de su primera mujer... Casi toda su familia se opuso a que saliera con él, sobre todo su madre. Ellos estaban tan enamorados que les parecía que nada ni nadie podía impedirles estar juntos. Estaba convencida de que él era el hombre de su vida.
Clara le amaba profundamente, nunca había querido así a nadie. A pesar de no llevar mucho tiempo saliendo tenían muy claro que deseaban estar juntos y sin embargo algunos días ni siquiera podían verse de lo atareados que estaban con sus respectivas ocupaciones. Juan le propuso entonces que se fuera a vivir a su casa, sin embargo Clara no se decidía, tenía miedo, no estaba segura y no quería disgustar a su madre; aguantaron así casi dos años y se casaron. Pronto se quedo embarazada y nació Alejandro. Todo parecía perfecto, formaban una pareja estupenda y disfrutaban mucho del niño. Dos años después llegó un nuevo bebe, Marcos, que les colmó de alegría y tuvieron que plantearse el hecho de que ella dejara de trabajar pues un niño pequeño, un bebé, la casa y el horario de comercio era demasiado y además habían conseguido una situación económica consolidada gracias al nuevo puesto de trabajo de Juan, que comportaba más responsabilidades y le exigía más tiempo, pero los dos estaban contentos.
Se mudaron a aquel maravilloso chalet cerca de Madrid. Recuerda ahora Clara que precisamente cuando fueron a comprar el dormitorio nuevo ella tuvo un atisbo de que su relación con Juan había empezado a cambiar, que algo se había empezado a romper. Fue cuando el dependiente de la tienda de muebles les preguntó:
- ¿De que medidas desean ustedes la cama?, porque según las medidas les puedo ofrecer unos modelos u otros –aclaró resuelto aquel chico.
Ellos se miraron un instante dudando, sin saber qué responder y entonces el vendedor les planteó la opción de poner dos camas independientes.
Juan no contestó y Clara, desconcertada y confusa, por sus propias emociones, se encogió de hombros.
¡A buenas horas habrían consentido ninguno de los dos dormir separados!
Anita llegó porque tenía que llegar, no fue un bebé buscado ni deseado. El hecho de tener una niña, que siempre había sido su ilusión, no le alivió en absoluto ni le sacó del estado de indolencia en el que se había sumido desde el primer momento en que supo que estaba de nuevo embarazada. Juan parecía contento con la idea, pero cada vez se veían menos y las conversaciones que mantenían casi siempre solían versar sobre los niños, la casa y la familia; aquellas charlas, las confidencias, la complicidad y esa intimidad de las que siempre habían gozado, habían desaparecido para siempre. Cuando Clara hablaba de ello con sus amigas, estas le decían que era normal, que lo que no era lógico es que llevaran tanto tiempo casados y que pretendiera tener la misma relación que al principio. Pero ella sabía que no era eso. Poco a poco se empezó a sentir frustrada y triste. Cuando nació la niña, lejos de mejorar las cosas fueron empeorando. Tuvo una depresión post-parto tremenda y se sentía muy sola, a pesar de estar rodeada de gente.
Lo del profesor de tenis fue una tontería. ¿Cómo se llamaba aquel tipo? ¡Será posible que no se acuerde! ¡Tampoco hace tanto tiempo! Y pensar que aquel hombre había sido el detonante de su ruptura conyugal y ahora, ni siquiera podía recordar su nombre. ¡Ah sí, Francisco!, claro, aquel hombre de cuerpo bronceado y musculoso, de sonrisa cautivadora, se llama Francisco, pero eso no tenía importancia, lo único que en realidad importaba era que ella se hubiera fijado en él. Sentirse deseada y admirada de nuevo pareció despertarla de su letargo. Tal vez era lo único que necesitaba, si no hubiera sido él podría haber sido otro. Hay que reconocer además que ese chico tenía muchos “talentos”, no sólo físicos y ella se dejó llevar. Fue una estupidez y en opinión de sus amigas fue mayor tontería decírselo a Juan, que se sintió traicionado, engañado, ofendido y sobre todo sorprendido. Él pensaba que eran felices; después le confesó que no era así y que tal vez por eso se volcaba cada vez más en su trabajo. Había llegado un momento en que ambos compartían la casa, los niños y poco más. Juan tardó en reconocerlo. Su matrimonio estaba herido hacía tiempo y lo de aquel “tío” solo precipitó su muerte. Curiosamente fue precisamente él quien pronto rehizo su vida con una chica bastante más joven que su ya ex-mujer.
Clara parpadeó, al sentir en sus ojos claros el fuerte reflejo del sol primaveral en el cristal de la mesa; vio el cigarrillo consumido en el cenicero. Sonrió sintiéndose contenta. Su vida había cambiado mucho; había vuelto a trabajar, estaba sola con los niños en una casa modesta y hacía equilibrios para llegar a fin de mes, pero todo había valido la pena. Se sentía a gusto consigo misma, pese a que los demás la consideraban tonta al renunciar a una vida de lujo simplemente al darse cuenta de que no estaba enamorada de su marido. Ella era así.
Muy bien, Ángela. Me gusta.