OCTAVO DÍA
La claridad entraba a raudales en nuestra habitación, aunque todavía era muy temprano. Abrir la puerta del mirador sobre la selva y sentirte inmersa en la naturaleza era un pestañeo. Última mañana en Munduk y quería aprovecharla, siendo consciente de cada movimiento, no perdiéndome detalle.
La meditación fue una de las más especiales desde que estaba en Bali. Solo Montse y yo en "nuestra atalaya", rodeadas de belleza, de sonidos que ayudaban a relajarse, que te hacían sentirte una con el maravilloso entorno. El agua de la pequeña cascada cantaba más alto que otros días.
Después de terminar bajamos a la explanada de cesped frente al arrozal, contemplando el sol y practicamos algunos ejercicios de medicina energética. Había una luz especial y un águila nos acompañó, volando bajo durante un buen rato, elevándose después hasta que la perdimos de vista nos emocionó, regalándonos unos momentos únicos.
Un delicioso desayuno nos esperaba antes de recoger la habitación y armar de nuevo la maleta para salir hacia el Norte de Bali.
A mis compañeras les gustó mucho su clase de yoga.
Todavía teníamos tiempo en Purí Lumbung hasta que nos recogieran para encaminarnos hacia la costa, así que Macarena y yo decidimos conocer la cataratas cercanas guiadas por Putu, no sin antes dar un paseo por los jardines.
Tomamos el camino y fuimos recorriendo el bosque de árboles de clavo, toda una experiencia olfativa.
La cercanía de la cascada al pueblo de Munduk, hace que el camino se convierta en un paseo, aunque la gente suele llegar en moto o coche hasta el aparcamiento. Durante nuestro recorrido, más largo desde la zona de alojamientos, pudimos observar como se recoge el clavo, se limpia, se seca y se selecciona.
Nuestro guía pedía permiso y entramos en algunas propiedades y como los balines son gente extremadamente amable, no les importaba enseñarnos como trabajaban y en que consiste cada labor.
Aquí se puede observar la diferencia de color entre los distintos grados de secado del clavo. |
Al parecer cada vez hay más plantaciones de árboles de clavo, sobre todo por esta zona, porque es un actividad bastante rentable para los propietarios, pues la especie es poco abundante y el precio que se paga elevado.
Fue muy interesante e instructivo, era como estar dentro del un documental.
Vimos también construcciones que parecían como casas rurales, salas para ejercicios o pequeños alojamientos.
Cualquier lugar es bueno para instalar un altar y las ofrendas.
Cañas de bambú enormes, cuyo grosor llamó mi atención y seguimos un pequeño arroyo por el que revoloteaban todo tipo de mariposas y libélulas.
El camino selvático termina en el salto de agua de la Catarata de Munduk. El ruido y la belleza me dejó sin habla unos instantes.
No había más que dos o tres personas allí, que al poco de llegar nosotros se marcharon.
Como teníamos tiempo, nos deleitamos con el paisaje, disfrutamos observándolo cada detalle y como el agua de la cascada ha esculpido la roca volcánica. Mejor verlo que explicarlo.
Pasamos un buen rato llenándonos de la energía que allí se respiraba, de las gotas de agua que salpicaban, de la vibración de este lugar, que ahora me parece percibir de nuevo.
El regreso se nos hizo incluso más corto y en la recepción antes de marcharnos nos entregaron un regalo de despedida, delicadamente envuelto, que resultó ser un paquete de café de allí.
El recorrido era largo hasta la costa Norte y disfrutamos del Bali auténtico, aldeas, paisajes bellos, atravesamos pueblos. En la isla nunca se sabe cuanto puedes tardar en hacer un desplazamiento, la distancia no importa, pues de pronto tienes que detenerte porque hay una celebración y el tráfico queda interrumpido mientras pasa el cortejo. Todos los integrantes visten de fiesta, portan ofrendas y se les ve felices. Es una delicia comprobar que aunque te sientas obligado a pararte, nadie parece tener prisa ni se enfadan, ni protestan, y por supuesto, nadie toca la bocina o pita.
Había mucho tráfico y tardamos bastante en llegar a Singarraja, último destino en la isla de los dioses.
Hacía mucho calor cuando el coche se detuvo y bajamos en un camino polvoriento y solitario al lado de una pequeña plantación, en medio del campo. Unas motos se acercaron a recoger nuestros equipajes, pues los coches no podían seguir por el estrecho sendero. Cargaron las maletas en la motos y se las llevaron. Había pollos sueltos y se escuchaba cantar los gallos.
Estaba un tanto sorprendida, y nada hacía prever que unos metros más allá me encontraría inmersa en un verdadero paraíso.
Mientras esperamos para registrarnos y que nos adjudicaran nuestras habitaciones nos ofrecieron una bebida de sabor extraño, que como estaba fresca y teníamos tanto calor bebimos sin rechistar.
El cambio de paisaje era tan brutal que me costó adaptar la vista al intenso azul.
Nuestros alojamiento en Gaia Oasis. Singaraja, eran en casitas independientes, la nuestra y la de nuestras amigas eran pareadas y compartíamos una zona común con cocina, barra, colchonetas y hamacas.
Me encanto el lugar, a escasos metros de la playa, con ventanales enormes que podíamos abrir para dejar entrar la brisa.
La habitación era enorme, tenía un magnifico escritorio y pensé que era un lugar ideal para escribir. Si pudiéramos tomarnos unas vacaciones todos los integrantes de Tirarse al Folio, estoy segura que ninguno tendría problemas de inspiración, pues las musas deben vivir allí. Me acordé mucho de ellos, aunque tenía otras prioridades y no escribí apenas nada allí.
Las camas con dosel y mosquitera, por supuesto, eran una grande y otra pequeña, así que las sorteamos, y a mi me tocó la grande, aunque no necesito mucho espacio para dormir, era una gozada.
En esta ocasión teníamos armario, era una puerta independiente, como un cuartito en el que nos cabía todo, hasta las maletas y nosotras dos juntas.
El cuarto de baño también nos impresionó, pues la mitad del mismo no tenía techo, así que nos duchábamos directamente bajo el sol o la luna y en vez de azulejos había piedritas negras que cada día nos decoraban colocando flores frescas entre las mismas. Un lujo sorprendente, que disfrutamos y agradecimos desde el primer instante. ¡Estábamos entusiasmadas! Además los baños de las dos casas se comunicaban, así que podíamos hablar con nuestras vecinas, que eran Alejandra y Carolina.
Era la última casita del complejo turístico, la más alejada del restaurante, la recepción y por tanto más tranquila, aunque allí se respiraba paz.
Pensaba que con esta entrada podría dar por terminado mi viaje, sin embargo, veo que me está quedando larga, así que como íbamos a pasar en Singaraja varios días, y no quiero cansaros, publicaré una VI parte, que prometo será la última y en la que sobre todo aprovecharé para poner imágenes, pues la playa, las puestas y salidas de sol me enamoraron de tal modo, que hice montones de fotos. La próxima vez procuraré ser más breve, sin escribir mucho, aunque la verdad es que luego me pongo a recordar todo lo vivido y las palabras salen sin más, y francamente, me gusta dejarlo plasmado para no olvidarme, pues aunque no lo creáis, pese al esfuerzo que supone hacer esto, me doy cuenta de que cuando escribo y coloco las fotos no se borra la sonrisa de mi cara.
Muy bonito el viaje y las fotos.