EL JARRÓN
Todos me tienen envidia y no me extraña. No quisiera pareceros pretencioso, pero soy el objeto más preciado de la casa y ocupo un lugar privilegiado en el salón. Si he de ser sincero, debo reconocer que el tiempo había comenzado a dejar mella en mí; la base de plata donde me sustento estaba deslucida y con ciertas abolladuras, la mandaron a arreglar y me quedó como nueva y estaría perfecto, de no ser por esta pequeña cicatriz interna que la torpe de la asistenta me produjo, al darme un golpe cuando me lavaba, lo que supuso un gran disgusto para todos y mucho dolor para mí, por eso procuro ocultarla siempre.
No puedo evitar ser presumido, y es que con el más mínimo roce del sol produzco preciosos destellos multicolores, porque mi cristal es tan puro y su labrado tan perfecto que soy capaz de iluminar todo la estancia con una crispa de luz.
Esta familia es la única que he conocido en mi vida; primero pertenecí a los padres, fui un regalo de boda, después pase a la hija menor, su madre me regaló cuando ella decidió casarse. En mi antiguo hogar lucía junto al juego de café y los platos de plata con esmaltes, cerca del frutero verde, todos ellos de gusto exquisito; hacíamos un buen conjunto... luego las chicas se fueron casando y nos separaron, yo fui el último en marcharme.
La cantidad de gente que he visto pasar ante mí, admirándome y cuantos acontecimientos han ocurrido en estos años, si yo quisiera hablar, cuantas cosas podría contaros...
Ahora vivo tranquilo, sin asistentas atolondradas ni niños que lo tocan todo, aunque a veces tiemblo al ver aproximarse a la gata, se que no le intereso y sin embargo, no puedo evitar encogerme cuando me pasa el rabo por el cuello, o se mira en mi plata.
Como siempre he sido tan grande no suelo contener flores, salvo en ocasiones especiales en las que él demuestra su amor regalándole ramos impresionantes y entonces luzco flamante, disfrutando del placer de abrazar hermosas gerberas, elegantes rosas, sutiles freesias o alegres alstroemerias, que cuan mariposas revolotean a mí alrededor.
Tengo que reconocer que he gozado de una buena vida, no puedo quejarme, me siento muy orgulloso de ser tan querido y valorado, por eso no me extraña que todos me tengan envidia.
Graziela E. Ugarte
Graziela E. Ugarte
LA PEPA ( Del libro colectivo "Encuentros en la Parisiena" )
Me siento vieja. Mi pelo se apelmaza y ha perdido ese brillo y su color inicial, incluso mi nariz ya no es tan negra. Fui el regalo de la bisabuela al hijo de su nieto; el primer bisnieto y el primer bebé en la familia desde hacía mucho tiempo. Me compraron cuando aún no había nacido el niño y me mandaron lejos. Tuve que hacer un largo viaje en avión, tren y autobús hasta llegar a mi destino.
Él era tan pequeño que ni siquiera me sabía coger, sin embargo, su madre me colocaba en la cuna junto al recién nacido. ¡Que bien olía mi bebé! Cuando comenzó a utilizar sus pequeñas manitas me asía con fuerza por la oreja; se acostumbró de tal modo a mi presencia que llegó un momento en que no se podía dormir si yo no estaba a su lado.
He compartido sus mocos, su aliento, sus lágrimas, sus babas, su comida y sobre todo he disfrutado de sus primeras palabras y su cariño durante estos tres años. Aún recuerdo cuando comenzaba a hablar y con esa vocecita dulce decía mi nombre, pronunciándolo tan bien y tan claro, “pe-pa”, que al escucharle se me derretía el corazón, me sentía tan orgullosa y afortunada que no creo que nadie pudiera ser tan feliz como yo en esos momentos. Siempre ha sido muy bueno conmigo y me ha cuidado mucho, aunque a veces acabara oliendo a vomito por culpa de los dichosos virus y esas gastroenteritis que tanto mal nos hacían a los dos. Por eso de vez en cuando me tengo que someter a la tortura que supone que te metan en la lavadora; tienes la sensación de ahogarte todo el tiempo y lo peor es el centrifugado, acabas con un mareo horrible; por no hablar de cuando te cuelgan de las orejas para que te seques, dándote el sol de pleno en los ojos. Todos esos inconvenientes valen la pena con tal de verse una limpia, perfumada y guapa de nuevo. Me siento como si con agua, detergente y suavizante rejuveneciera.
A lo largo de mi vida he viajado bastante, durmiendo en muchos sitios diferentes, claro que siempre he estado acompañada de mi niño, que sigue apreciando mi compañía y sin el que yo no podría vivir, para que voy a engañaros.
Ahora me da pena ver que mi pequeño se está haciendo mayor tan deprisa, va al colegio y tiene otros muchos juguetes, aunque al final del día siempre requiere mi presencia y me busca con empeño hasta encontrarme para poder irse a la cama. Me toma entre sus brazos y me acurruca; a veces incluso me cuenta algún cuento hasta quedarse dormido, como cuando era un bebé. Son los mejores momentos, esos que comparto con él. Durante toda la noche le cuido y si se despierta cuando aún está oscuro yo busco su mano, le acuno y le tranquilizo; el me estrecha y me besa con cariño. Le gusta tener mi nariz pegada a la suya y de tanto roce, en más de una ocasión han tenido que remendármela, bordándomela con hilo negro, porque la tela había desaparecido en algunos sitios y me afeaba mucho esa nariz blanquecina y triste que me daba un aspecto muy avejentado.
Yo ya se que me queda poco tiempo de vida, es inevitable, mi cuerpo está ya cansado y fatigado; me duelen las patas, me pesan las grandes orejas y a veces no consigo dormir bien y es que eso de viajar balanceándome de su mano o hacerlo metida en la mochila junto al biberón o los pañales acaba pasándonos factura a todos. Muchos a mi edad descansan olvidados en algún estante o fueron a parar al cubo de la basura hace tiempo. No lo quiero ni pensar ¡Que horror! acabar entre la porquería con lo escrupulosa que he sido siempre. Pero cuando una ha nacido perra de felpa ya se sabe lo que le espera y eso que yo no puedo quejarme.
No puedo evitar sonreír por dentro cuando veo aproximarse a mi rapaz con ojos soñolientos y el pijama puesto, buscándome con la mirada por toda la habitación. Sentir su abrazo me sigue llenando de ternura y sé que no podría vivir sin él. Me siento tan agradecida de haber formado parte de su aún corta vida que no me importar ya lo que me pueda pasar mañana. Él ha sido lo más importante para mí, he sido feliz a su lado y siempre seguiré siendo “la pepa” en su memoria, incluso cuando yo haya dejado de existir seguiré viva en él y en el recuerdo de los que le rodean. Puedo morirme tranquila porque considero que he hecho un buen trabajo.
Graziela E. Ugarte
Que bonito, para ti solita. Ya puedes empezar a llenarlo.
Este bloquero nuestro no tiene precio.
De acuerdo con Pilara, lo del bloguero es mucho y de acuerdo también en que hay que llenarlo, que esos relatos ya los conozco (aunque el jarrón no). Besitos y a currar Graziela
Me alegro mucho de que tengas un blog sólo para ti. Tienes mucho que decir y cntar.
Me gustaron los relatos.
Felicitaciones.
Luisa