may
09
LA CASA DEL
CERRILLO.
Siempre soñamos con tener una casita en algún pueblo, cerca de
Madrid para pasar los fines de semana, y aquella, en una localidad
cercana a Buitrago cumplía con todos nuestras expectativas. Estaba
en lo alto de un cerro, con buenas vistas y el precio era asequible.
Después de firmar la escritura el notario comento, en tono casual.
Bueno,
acaban ustedes de adquirir una vivienda en el cerrillo de los
ahorcados.
- Al
escucharle, un escalofrío me nació en la nuca. Mi marido dijo que
le daba igual como se llamara el maldito cerro.
- La
casa está fenomenal. Verás como vamos a disfrutar de ella con toda
la familia -dijo al ver mi expresión..
La misma noche de la compra la estrenamos. Era un día entre semana
y estábamos solos. Aprovechamos para llenar la despensa, y yo
planté algunas flores que habíamos traído del vivero. Nos
sentíamos felices. La tranquilidad del lugar, las vistas y la
comodidad nos confirmaron que habíamos hecho una buena adquisición.
Caí rendida en la cama, pero sin saber el motivo a las
cinco en punto de la madrugada me desperté helada de frío,
sobresaltada, incorporándome con la extraña sensación de que
alguien nos estaba observando. Mi marido, despierto a mi lado,
se sentó mirando hacia el mismo sitio. La oscuridad rota por
el reflejo de la luna, me permitió observar su rostro
desconcertado. El insomnio hizo presa en mi y no pude volver a
conciliar el sueño aquella noche.
El porche era mi lugar preferido, al resguardo del viento,
soleado. Allí se me pasaban las horas leyendo o jugábamos
largas partidas de cartas cuando venían amigos y familiares a
pasar el fin de semana con nosotros. Los días eran tan
agradables que hacían que me olvidara de las noches inquietas.
En cuanto apagábamos la última luz comenzaban los ruidos. La
madera crujía como si alguien caminara sobre ella, paseando de un
lado a lado sobre el techo. Y yo empezaba a revolverme en la cama,
no encontraba postura y el sueño me era esquivo. Tenía un
insomnio pertinaz e inevitable que me hacía levantarme al día
siguiente como un trapo. Todos venían mi mala cara, y adivinaban
la eterna noche. Era como si la cama tuviera pinchos, escuchando
el latido del reloj que me machaba el cerebro y los nervios. No me
atrevía a levantarme, a leer un libro o a hacer sudocus, tenía
miedo, un miedo cerval a lo desconocido, a ver algo que me dejara
marcada para siempre. Cuando caminaba sola por el largo pasillo no
me atrevía a volverme si escuchaba algún sonido extraño a mis
espaldas, o pasos que me seguían desde el fondo del corredor.
No eran imaginaciones mías. Todos en la casa podíamos oírlos.
Pensamos que había ratas y para mi tranquilidad vinieron a
comprobar si había algún animal bajo la cubierta del tejado. No
encontraron nada.
Yo retardaba la hora de acostarnos con cualquier excusa, para
llegar a la cama agotada, con el fin de evitar que todos mis
sentidos se pusieran alerta nada más tocar el colchón. El
insomnio se había convertido en mi particular tormento. Me acogía
en sus fríos brazos en cuando mi cuerpo se tumbaba y no me
abandonaba hasta el amanecer, acabando con mi tranquilidad. Las
noches en vela me empezaban a pasar factura y la vigilia me
acompaña también en el piso de Madrid.
En una ocasión invitamos a unos primos a pasar unos días con
nosotros en el campo y cuando todos ya estábamos acostados
sentimos que alguna puerta se abría, con un chirrido. Yo me
levanté por si alguien se encontraba indispuesto o necesitaba
algo. No había nadie en el pasillo, ni en la cocina o el baño,
pero note una inquietante corriente gélida. Volví a meterme en
la cama y nuevamente escuché el mismo crujido. Volví a salir al
pasillo y todo parecía tranquilo. Encendí la luz y comprobé que
las habitaciones estaban cerradas. Me acosté y mi marido me dijo
que me durmiera, en las casas de madera es inevitable que se
produzcan esos ruidos. Intenté seguir su consejo. Por tercera vez
y de forma más llamativa, un fuerte chirrido nos sobresaltó. En
esta ocasión fue él quien se levantó y al salir al pasillo,
antes de encender la luz todas las puertas se fueron abriendo y
los ocupantes de cada alcoba se asomaron temerosos para ver que
jaleo era aquel. Pasamos el resto de la noche en la cocina, ante humeantes tazas
de cacao o infusiones, comentando el ambiente de aquella dichosa
casa. Me había convertido en una insomne, y ni con pastillas
lograba dormir.
La gente comenzó a eludir nuestras invitaciones y al comentarlo
con unas amigas a las que invité a comer una primavera en el
porche, una, la más joven sugirió que contratara los servicios
de una médium, ella conocía a una muy buena, especialista en
limpiar casa antiguas de espíritus. Yo dudé y por supuesto no le comente nada a nadie. Aquello
estaba terminando con mis nervios y tenía que hacer un esfuerzo
para quedarme a dormir.
Cuando vi una sombra oscura pasar por de detrás reflejada en el
espejo, mientras me maquillaba, supe que tenía que hacer algo.
Fue mucho más fácil de lo que pensaba. Le mediún era una
mujer de apariencia normal, muy agradable. Me pidió que la
dejará sola en la casa durante una noche y que volviera al día
siguiente. Me esperaba en el porche tomando el sol.
- Ya está todo arreglado -dijo muy seria-. No volverán a
molestarla y recuperara el sueño. No es un buen sitio para
construir una casa, aquí hubo muchas muertes y ahorcaron a
inocentes que no podrían descansar en paz hasta dar su mensaje.
Ella se llevó los ruidos, los crujidos y los golpes, y también mi
insomnio. Tengo el jardín precioso y ahora lo disfruto mucho más.