mar
19
FRÍO
Llegué
al tanatorio desamparado y lúgubre. Los abrazos, las condolencias, la presencia
muda y seca de mi madre, distante… como siempre; la besé y volvió la cara, yo
no era su niño. Por fin, al enfrentarme al cuerpo inerte de mi hermano me hice
consciente y pude sentir el calor de las
lágrimas que me abrasaban la cara. Un dolor hondo y quemante que me atenazaba el pecho, me
impedía respirar. Fue una despedida sin adiós.
Han
pasado algunos años, y hoy, en pleno agosto
he vuelto a sentir aquel mismo frío, la desapacible sensación glacial que
me nace de dentro. Recorro el camino sola, como aquella vez, y mi vista se posa
en el secarral que se extiende a ambos lados de la carretera.
Al
llegar a casa, los abrazos, las condolencias y mi madre, más tiesa y más seca que nunca, me espera
gélida en su cama.