Graziela


LA BOMBÓN

La Bombón” era el nombre que adopté lejos de mi gente. En esta nueva vida que comenzó cuando abrigada por la noche y el miedo, abandoné el hogar con mi pequeño, huyendo de la miseria y las vejaciones. Así me llamó el primer hombre que se me acercó en España y me susurró al oído “si eres tan dulce como pareces deberías llamarte bombón”. Al escucharle di un respingo, me asustó su proximidad.. Tras sentir el calor de su aliento esperaba que llegara el golpe. Nunca pude ser jinetera, aunque hubiera querido. Escuchaba una voz masculina acompañada del inconfundible olor a ron y esperaba el dolor de la bofetada, o sentir que me agarraba del pelo y me tirara hacia atrás, doblándome hasta dejar mi boca expuesta, que llenaba con sus baba de borracho, y sus palabras sucias.

Todo aquello había terminado, pero no en mi cabeza, donde seguía siendo la esposa de Lucho, el hombre simpático, jovial que con su música cautivaba a la escasa audiencia de aquel viejo cabaret, y se bebía las ganancias antes de llegar a casa. Reservando sólo para mi sus malos modos, los insultos y las palizas. No consigo sacarme el miedo del cuerpo, por eso aún vigilo la puerta y me sobresalto cuando noto que alguien se acerca por detrás, aunque sepa que nunca más estaré al alcance de sus largos dedos.

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Comienza el año y como enero suele ser el mes de los buenos propósitos, en el que todos queremos hacer cosas nuevas para mejorar nuestra vida y sentirnos bien, yo os recomiendo Gym-Ki, una disciplina que hace poco practico, con la que estoy encantada, y creo que la mejor manera de conocerla es a través de las palabras de su creadora:

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Hola a todos los que conocéis ya la disciplina que he creado y presentado hace casi dos años: Gym-Ki(R), y a los que aún no habéis oído hablar de ella.
Como muchos ya sabéis, Gym-Ki es una disciplina muy completa que quiere reconectar con la energía más pura y más puramente sabia que habita en nosotros y que, con el paso de las circunstancias estresantes de nuestra vida, vamos desalojando, para imponer, sin darnos cuenta, un ritmo frenético y por lo tanto, menos sano. Es como una gimnasia suave, que posee 7 series de movimientos, en los que sin embargo, los múltiples matices que hay en cada uno de ellos, consiguen que todo el organismo holístico se ponga en marcha rumbo a un mayor estado de armonía y bienestar.
Aúna mejoramiento físico, propiciando los estiramientos corporales, y la tonificación suave y constante, junto con esta re-conexión interna hacia un movimiento rítmico sereno, calmante y benefactor.
Cada uno de sus elegantes movimientos, van destinados a lograr esta armonía entre nuestro cuerpo, nuestra mente y nuestro aspecto emocional. A nivel físico, provoca paulatinamente una constante y suave tonificación; igualmente, incide en el estiramiento corporal, ayudando a reconducir las posturas artificiales y reconocerlas. A nivel mental y emocional, busca la serenidad, la armonía, la actitud tranquilizadora de que cada uno de nosotros podemos participar en este equilibrio.
La he diseñado para que cualquier persona pueda ejercitarla, con independencia de su edad o estado de salud. De hecho, la disciplina está pensada para aquellas personas que poseen alguna limitación o dolencia física.
No requiere demasiado tiempo; las clases se imparten una o dos veces al mes, según preferencias, y entre medias, el practicante de Gym-Ki puede realizarlo en casa.
Respecto a los horarios, procuro adaptarlos a las necesidades y obligaciones de cada participante.
A los que no lo conocéis y os interesa saber más, os remito a mi página web www.maribelmaseda.com.
Para contactar conmigo, o con Gym-Ki : www.maribelmaseda.com
Maribel Maseda"

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LA CARTA

Marta sabía que se encontraban en la recta final de una larga carrera que comenzó hacía dos años, por eso la espera se le hacía insoportable. Al ver que terminaba el año se sentía más decepcionada y triste. Sólo le quedaba la angustia de no recibir noticias, que trataba de disimular redecorando con motivos infantiles el que había sido su despacho.

Imaginaba que la festividad de los reyes magos tendría un sentido diferente para ellos cuando por fin su deseo se hiciera realidad, sin embargo, el momento no llegaba. Estaba resignada cuando el cinco de enero, a media mañana, el cartero le trajo un certificado. Apresuradamente firmó en el libro de registro y con la carta en sus manos cerró la puerta. Apretó el sobre contra su pecho y respiró profundamente para tranquilizarse. Rasgó el papel con dedos temblorosos, y una pequeña fotografía cayó al suelo. En la carta aparecía el nombre de la pequeña, una dirección y las instrucciones para ir a recogerla. Era el mejor regalo que había recibido jamás. En vez de coger el teléfono y llamar a su marido, puso la pequeña foto en un marco y la colocó bajo el abeto, segura de que le haría más ilusión que cualquier otra cosa.

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EL ESPÍRITU NAVIDEÑO

Manu había perdido la ilusión por las fiestas navideñas. Pasaba las hojas de los días de diciembre y cada vez se sentía más triste al ver aproximarse el 24. No entendía que le estaba pasando, pero no le gustaba. En varias ocasiones salió a pasear por la ciudad para ver si con la alegre iluminación de las calles conseguía animarse un poco, sin conseguirlo. La decoración de los escaparate y el frenético transitar de la gente cargados de paquetes tampoco le ayudaron, al contrario, esto le hizo confirmar que las navidades se habían convertido en una gran campaña publicitaria para incitar al consumo masivo, aunque muchos no pudieran permitírselo. Este año ni siquiera le apetecía la comida que organizaba con los colegas.

Su pareja se empeñó en montar el belén y comprar un abeto, para llenarlo de bolas y bombillas, como otros años, aunque él accedió de mala gana a colaborar en la labor de colgar los adornos y lo hizo sin ningún entusiasmo. Su casa era en el único lugar en el que podía permitirse el lujo de mostrarse tal y como se sentía, sin tener que poner buena cara o fingirse feliz. No quería saber nada del menú navideño, y se agobiaba pensando en los regalos para sus sobrinos.

Para colmo de males dos de los médicos que normalmente ejercían de reyes magos en el hospital tenían gripe y como los de oriente no podían faltar a la cita en la planta de oncología infantil le pidieron a Manu que ejerciera de Melchor. No le hizo ninguna gracia, no se sentía animado y siempre le impresionaba ver a aquellos niños pálidos o cetrinos, sin pelo, con profundas ojeras y enganchados a un montón de tubos, pero no podía negarse.

Una enfermera se encargó de maquillarle y colocarle la barba y la peluca. Cuando le entregó la ropa que debía ponerse y vio la capa color burdeos todos los recuerdos de las navidades de su niñez asaltaron su mente. Recordó la bata de terciopelo que su padre se ponía para colocar los regalos junto al árbol. En más de una ocasión le observó nervioso, con ojos inocentes, desde el fondo del pasillo, pensando que era el mismísimo Melchor. Sabía que estas fechas nunca volverían a ser igual, su reciente ausencia aún le dolía. No quería que las lágrimas arruinaran el maquillaje, así que tragó saliva, se puso la corona, respiró profundamente un par de veces y salió poniéndose los guantes. Todo el séquito cogió el ascensor. Al llegar a la quinta planta ya había niños esperándoles.

Fueron paseando por las distintas salas, entregando regalos a los pequeños. A Melchor le tocó entrar en la zona de aislamiento y tras el grueso cristal felicitar a los más graves. Manu se sintió impresionado por una niña que llevaba un pañuelo rosa en la cabeza y al verle mostró una sonrisa sincera que puso luz en su rostro cansado. Estaba dibujando un crisma, no tendría más de seis años y sus ojos reflejaban poca vida, sin embargo, su mirada era tan profunda y mostraba tanta ilusión al verle que avivó la semilla de esperanza en el corazón de Manuel. De fondo escuchó su villancico preferido, ése que su padre acompañaba siempre con la zambomba o la pandereta. Fue un momento mágico. Había recuperado la ilusión, el espíritu navideño volvió a su vida.