Graziela
Fotografía de Elisemo Montesinos.


ANTES DE LAS LLUVIAS.

La primera vez que Oxíe vio a aquel extranjero fue sobre el puente, fotografiando las barcas atracadas, alineadas frente al hotel. El embarcadero estaba concurrido, y ella ayudaba a su madre a colocar una sombrilla para que el fuerte sol de la mañana no molestara a los turistas en su paseo por los canales. No sabía porqué le llamó la atención aquel hombre corpulento con un sombrero blanco y bermudas verdes. Cuando pasaron cerca de él, pudo observar que su rostro quedaba medio oculto entre las gafas oscuras y la barba de gamba; le chocó el color de su piel, le pareció crudo y como si hubiera tomado el sol bajo un tamiz.

Al regresar en busca de otro cliente, él esperaba. Había más embarcaciones, pero se acercó a la madre para acordar precio, sin dejar de mirar a la cría. Se acomodó en el asiento del centro. Durante todo el día le llevaron de acá para allá por los canales y él no paró de fotografiarlo todo. También estuvieron en el mercado flotante; allí las a comer deliciosos pastelitos de pescado con brotes de soja, y de carne con salsa de especias que perfumaban el aire con un inigualable aroma. Cuando le dejaron en el hotel ya había comenzado a anochecer. Antes de despedirse, su madre estuvo hablando con él.

Hoy hemos tenido suerte con éste –le comentó a Oxíe, de camino a su cabaña- Nos ha contratado para tres días, podemos estar tranquilas, con trabajo asegurado.

Cada día realizaban la obligada visita al mercado flotante. Marc, que así se llamaba el extranjero, las invitaba a comer lo que prefirieran mientras el quería probarlo todo; tenía un apetito voraz. Su madre, con un inglés chapurreado y la extraña pronunciación que le permitía su boca medio desdentada, se entendía como podía con él. Así supieron que procedía de lejanas tierras donde los días eran cortos y casi siempre fríos. Después de los paseos en barco quiso contratar a Oxíe para que le acompañara por la ciudad. Su madre no puso ninguna objeción, era una oportunidad, el hombre pagaba bien y era amable.

A veces, cuando paseaban por la calle, él pasaba su brazo de lichi sobre los hombros de la chiquilla, y ella sentía ganas de zafarse al notar su piel velluda; pero no se movía ni decía nada, no quería disgustarle.

Un día especialmente caluroso él se encontraba cansado, regresaron al hotel y la invitó a subir a su cuarto; allí se estaba fresco. Le ofreció una bebida y conectó la televisión, mientras tomaba una ducha. La muchacha era curiosa y aunque estaba desconcertada, sola en la habitación de un hombre, se tomó su refresco tranquilamente disfrutando del programa aunque no entendía el idioma. Cuando Marc salió con una toalla enrollada alrededor de la cintura Oxíe quiso marcharse, pero la retuvo tomándola de la mano y la hizo sentarse de nuevo para mostrarle algunas de las fotos que había hecho, y no paraba de acariciarle el fino cabello, dejando que los mechones brunos se deslizaran entre sus dedos como el agua. Ella encogía los hombros y cerraba los ojos ante el roce de aquellas enormes manos, las caricias le producían escalofríos. La besó en la cabeza antes de que se marchara y ella suspiro aliviada al salir de allí.

El último día, de nuevo la humedad y el calor les hicieron regresar temprano, en la calle costaba respirar. Marc quiso que ella se probara los vestidos que había adquirido en el gran mercado flotante y a ella no pareció importarle; verse con aquellas ropas que nunca podría permitirse comprar, le hacía ilusión. Le sugirió que antes se diera un baño, preparó la bañera con gel y también le indicó la forma de cerrar la puerta por dentro, para que nadie pudiera entrar. La cría se tranquilizó al saberse segura y tomó su primer baño de agua caliente, como sopa de miso, dejando que la espuma acariciara su cuerpo.

Salió con un fino vestido de seda puesto. Él estaba tumbado en la cama y la hizo sentarse a su lado. Sus ojos de cielo claro brillaban cuando la contempló y alisó unas pequeñas arrugas de la tela sobre las estrechas caderas de la muchacha. El color pomelo destacaba el tono cetrino de su delicada piel. Le hizo unas fotos y luego se aproximó a ella acariciando sus pequeños pies. No hablaba, estaba pensativo, como ausente. Oxíe no se encontraba cómoda, comenzó a inquietarse cuando la besó.

– Tengo que visitar otras ciudades, en dos o tres semanas regresaré antes de volver a mi país -dijo March-. Pequeña, ¿Por qué no vienes conmigo?

La chiquilla hizo que no entendía. Desconcertada y agobiada volvió deprisa al baño, se puso su ropa, cogió su dinero de la mesilla y salió corriendo.

Nunca había visto un billete como aquel. Cuando se lo entregó a su madre, ésta la miró sorprendida y desconfiada, no parecía muy contenta.

Son muchos dólares –dijo – podremos comprar con ellos la barca que alquilamos y aún nos sobrará algo.

Hacía casi un mes que Marc se había marchado. Pronto llegarían las lluvias y los extranjeros dejarían de visitar el país, cada día era más difícil conseguir algún viajero, había demasiada competencia.

Cuando Oxíe ya estaba cansada de buscarle entre la gente y pensaba que nunca volvería, apareció. Se miraron largamente y sonrieron, pero él sólo quiso hablar con su madre, que salió de la barca y le acompañó. Medía hora después regresó con el ceño fruncido, no quiso decir a su hija lo qué le contó el extranjero.

Aquella noche sus padres discutieron. Unas semanas después su madre preparó un pequeño ato con las escasas pertenencias de la mayor de sus siete hijos, Oxíe que pronto cumpliría doce años, y le dijo que se tenía que marchar con Marc a su país.

Ahora, dos años después, mientras Oxíe acaricia su abultada barriga, contempla la foto de las barcas que Marc nunca ha querido vender y los recuerdos vuelven a su memoria.

Graziela
foto de Pedro Gómez

MIRADA DE CRISTAL

Cada día ante mis ojos transcurren tantas historias… Soy testigo de excepción de vidas que con el tiempo han dejado de ser anónimas para mí. Sólo algunos me dirigen una mirada distraída o interesada.

Hace años que don Camilo pasea por delante de la tienda, al principio lo hacía con su esposa, una ancianita gris que arrastraba los pies agarrada de su brazo, lastrándole como si tirara de un ancla. La pobre no superó el pasado invierno y le dejó solo. Él se quedó muy apenado. Al principio su hijo le acompañaba, sin embargo, desde hace meses tengo la impresión de que camina más ligero, y sé que en el centro de mayores de la esquina le esperan los amigos. A veces vuelve con alguno de ellos y se nota cuando gana la partida, pues me sonríe al pasar. De vez en cuando deja de transitar esta acera y deduzco que está en algún viajecito del Inserso. Seguro que el hombre baila como un yoyó en los hoteles de la costa; luego regresa con aspecto saludable y hasta bronceado. Diría que cada vez parece más joven.

Las imágenes de la gente parecen superponerse unas a otras, aunque puedo distinguir perfectamente a los habituales de esta zona de los ocasionales. Alberto, por ejemplo, tiene tan pateadas estas baldosas que creo que hasta las macetas de la puerta le conocen. Nunca pierde el ánimo. Es muy buen chico, debió terminar la carrera en septiembre, por eso no lleva ningún libro de economía bajo el brazo, como antes, pero no está teniendo suerte para encontrar trabajo. Todos los días, muy temprano, esté despejado o lloviendo, compra el periódico y repasa los anuncios en el banco de enfrente. Le veo señalar las ofertas que le interesan con un rotulador, y vuelve bien entrada la mañana, con la cabeza baja y el diario arrugado bajo el brazo. Menos mal que tiene novia; una chica muy mona que parece alegrarle la vida cuando la trae a casa. Una vez entró en la tienda, estábamos de rebajas y no sé quien la atendió, pero algo compró pues salía con una bolsa bailona en su mano. Días después supe que era ese vestido de lunares rojos que me encantaba. Me alegro de que lo lleve ella, le sentaba de maravilla.

He empezado a cogerle cariño a Fernando, el empleado de la inmobiliaria, siempre trajeado y con el móvil pegado a la oreja. Antes no paraba, hacía un montón de visitas al día. A veces volvía con algún cliente y yo sabía que había tenido suerte y había vendido o alquilado algún piso, pero últimamente la cosa está muy floja, por la crisis, supongo. El dueño de la tienda tampoco para de quejarse, y ya ha tenido que despedir a la empleada que entró la última. ¡Me dio mucha lástima! era una mujer muy agradable. Lo pasó fatal cuando entró aquel atracador y le colocó la escopeta de cañones recordados en la cabeza. Ella casi se desmayó y yo, al verla, intenté abalanzarme sobre aquel hombre con pasamontañas, pero sólo conseguí darme una buena costalada, que desde entonces arrastro esta lesión, intentando disimularla como puedo, pero este brazo lo tengo cada vez peor. No me gustaría que por la secuela de aquel percance me sustituyeran y pusieran a otra más joven en mi lugar, me he ganado el puesto y no me ha costado poco estar donde estoy.

El otro día, por fin, conseguí enterarme de lo que se traen entre manos las dos mujeres de atuendo informal que siempre veo juntas. Al parecer Elena, la más joven se ha separado hace poco ¡ya sabía yo que ese matrimonio no iba a funcionar! No había más que verlos juntos para darse cuenta de que no había química entre ellos. Y al final, yo tenía razón, como casi siempre. Pero lo raro no es el divorcio, una ya se acostumbra a las rupturas, lo curioso es que creo que ahora las dos mujeres andan juntas. No, si ya me había dado a mí el tufillo. Amparo tan protectora, tan pendiente de la otra, tan atenta y tan marimacho, pues de femenina tiene lo que yo de gorda. El jueves pasado se me confirmaron todas las sospechas. Estaban echando un vistazo a los pantalones vaqueros y sus manos se rozaban con demasiada frecuencia, entonces ambas mujeres parecían reaccionar, como si les tocaran con fuego, pero sus ojos decían otra cosa. Una esta acostumbrada a ver de todo en los grandes almacenes y a mi no me engañan, aunque todavía no lo sepan ni ellas.

Creo que mañana van a sacar la ropa de la próxima temporada, estoy deseando ver los nuevos modelos.

¡Oh no! estas chicas cada vez son más bruscas, menos cuidadosas. ¡Qué bruta! Me acaba de desencajar totalmente el brazo izquierdo ¡Menudo dolor! No me lo puedo creer. Por nada del mundo me gustaría que se dieran cuenta de que estoy llorando.

No, por favor, no puede ser. Vienen a por mí, esta imbécil ha debido decir algo a los de mantenimiento. Ella nunca me gustó, es una amargada, sin sensibilidad, con cara de limón verde. Uno me ha cogido por los pies y otro de la cabeza, sin ningún recato, y yo me muero de vergüenza, ya sé donde me llevan.

Tarde o temprano tenía que suceder, pero nunca pensé que sería así. La única esperanza es que me encuentre, entre la oscuridad y la montonera de trastos, con aquel apuesto maniquí de ropa deportiva por el que perdí la cabeza, y no es una forma figurada de hablar, es que de tanto volverme para verle se me desencajó y tuvieron que repararme, aunque yo entonces era joven y lozana y mis ojos aún brillaban al roce de una chispa de luz. Me siento tan mal, no creo que pueda reponerme jamás de esto, me venderán a cualquier tienducha de chinos sin categoría ni estilo y terminaré siendo una maniquí cualquiera, y no la estrella de mi escaparate.



Graziela
NUEVO AÑO

Ya ha llegado el 2011, y que mejor momento que esté para dar un repaso a lo que ha sido el año anterior para mi, que segundo a segundo se va alejando, para terminar perdiéndose, confundiéndose con otros, entre las agendas acumuladas en el fondo de un cajón.
Creo que en primer lugar lo justo es dar las gracias a todas aquellas personas, animales y cosas que han hecho que durante estos 365 días, que forman parte del calendario de hadas que acabo de cambiar, yo me haya sentido viva; gracias de todo corazón por los ratos divertidos, las conversaciones interesantes, la mano que sigue enlaza a la mía cuando estoy en el sillón, las muestras de cariño, la comprensión demostrada, el afecto que llena mi entorno, la energía, los nuevos alumnos, los buenos amigos, las amigas, las palabras de consuelo, el trabajo, los abrazos de oso; la alegría de ver crecer a los niños, de asistir en directo a sus ocurrencias, de comprobar como van descubriendo el mundo y la inmensa capacidad que tienen de repartir amor solo con sonreír, y de demandarlo con una simple mirada. Gracias por tener un espacio en el que puedo comunicarme con vosotros, y a quien lo creo, y por el folio el blanco, que anhela llenarse de frases, de historias que luego podré contar, y por tener un montón de oídos dispuestos a escucharlas cada miércoles, que con sus comentarios me ayudan a mejorarlas, aunque sé que a veces resulte muy difícil.
Me he dado cuenta de que cada año que pasa me vuelvo más simple, y soy más feliz. En diciembre he cumplido los 50, (también aprovecho esta ocasión para agradecer las muchas felicitaciones recibidas, la compañía de los que lo celebraron conmigo y todos los regalos), y aunque me ha costado todo una vida, estoy encantada de haberme conocido y de seguir haciéndolo cada día, de no haber perdido la ilusión y las ganas de aprender, de tener siempre mil cosas que hacer y de poder relajarme y no hacer nada. Gracias a mi estupenda familia sin la que yo no sería como soy, y a mi gata, que con su presencia silenciosa y su verde mirada hace aflorar mi ternura, más ahora después del susto y los malos ratos que pasamos en el verano.
En este año he descubierto que me gusta asistir a clase de danza oriental, que no me negaréis que además suena muy exótico, aunque a veces salga un poco desanimada por mi falta de destreza para aprenderme las coreografías, por simples que parezcan, y creo que es difícil bailar y pensar al mismo tiempo, al menos para mi y es mejor dejarse llevar, siempre y cuando se sepan los pasos.
Lamentablemente la nota oscura del pasado año ha sido la inesperada y dolorosa desaparición de una persona que ya estaba aquí cuando yo nací, acogiéndome cariñosamente entre sus brazos, y pese al tiempo y la distancia siempre ha seguido haciéndolo, afortunadamente existen tantas imágenes y gratos recuerdos unidos a él que van llenando el vacío que me produce su ausencia, y la vida continua.
Este año he publicado mi primer libro en solitario, me hacía mucha ilusión y aunque la experiencia no ha resultado ser todo lo gratificante que esperaba, me alegro de haberlo hecho y he aprendido la lección, agradeciendo a todos los que me habéis acompañado en este trance y a los que lo habéis leído.

El pasado verano he hecho un viaje maravilloso con la persona que amo, cuyo itinerario habéis podido seguir en este mismo blog y os recomiendo que si tenéis ocasión no dejéis de hacer.
He seguido trabajando cada día con renovado afán para el Colectivo TAF, viendo culminarse los nuevos proyectos con el esfuerzo común durante el 2010.
Y parece que cuando arrancamos la última página del almanaque que cuelga en la pared estamos obligados a imponernos nuevas metas y grandes propósitos, y como en mi caso ni tengo que dejar de fumar (parece que tampoco tendré que inhalar el humo de otros en lugares públicos), ni perder cinco kilos o apuntarme al gimnasio, pues ya estoy yendo, me propongo para este 2011 recién estrenado, trabajar, intentar ser mejor persona y seguir creciendo y disfrutando de esta vida que espero nunca deje de sorprenderme gratamente.